Por Augustus Doors.
Pepe Garabato estaba sentado en la tribuna especial, baja lateral, a unas filas de distancia de los palcos azteca, tomándose su tercera cerveza de la tarde, antes del inicio del juego. Le gustaba llegar un par de horas antes de los partidos en el Estadio Azteca, para evitar el tráfico de la gente que le gustaba llegar al último minuto. Su rutina era tomar el transporte público, comerse unos taquitos de asada o de pastor en el changarro de Doña Lupe, y entrar temprano con su boleto de abonado para evitar las aglomeraciones y los borrachos.
Venía al estadio ilusionado después de ver ganar 3-0 a su equipo contra el Atlas el último fin de semana, y esperaba que el América goleara al Deportivo Pachuca.
Iba a pedir su cuarta cerveza, pero antes decidió ir al baño, ya faltaba sólo quince minutos para comenzar el partido.
Subió las escaleras y saludo a varios de los aficionados con los que se veía cada juego en los últimos años, aficionados de hueso colorado del Club América, que no conocía por nombre, pero que curiosamente recordaba cada rostro y cada lugar donde se sentaban en el estadio. “Amigos de la tribuna”, eso eran, caras conocidas unidos por una afición al fútbol, eran casi como una tribu de guerreros vestidos de amarillo listos para hacerse sentir desde las gradas.
Mientras caminaba sintió unas enormes ganas de mear, así que bajó la cabeza para ya no saludar a nadie más, y entró al baño encontrándose con un muerto en el piso. Rodeó el cuerpo y meó rápido volteando a ver si venía alguien más, y después de subirse la bragueta y lavarse las manos, se aseguró de que el hombre no tenía pulso. Observó la escena del crimen, y su se formó una imagen mental de la situación: el cuerpo era de un hombre de alrededor de 45 años y un metro ochenta cuando menos, y había muerto… ahogado.
Tres cosas observó en un primer momento:
La primera es que quién fuese el asesino, tenía que poseer una fuerza brutal para poder haber ahogado a este gigante en el toilet.
Segundo: el cadáver estaba vestido de traje, y el asesino se había aprovechado para utilizar la corbata para sujetarlo.
Y tercero vio un arma calibre 45 especial que se asomaba dentro de la sobaquera del difunto. Pocos aficionados vienen a los partidos de traje y armados, a no ser que fueras un elemento de seguridad de alguien importante.
Escuchó una discusión fuera del baño y su instinto lo alertó del peligro:
-Agente muerto en los baños de la sección K…
-¡Te pueden estar escuchando, idiota! –dijo otra voz.
-Estoy hablando por la banda oficial…
-¡Ve a preparar la salida, yo me hago cargo del bulto…!
De pronto Garabato los dejó de escuchar, no sabía si solo habían dejado de hablar, o si se habían ido. Esperó un momento, y cuando sintió que llegaba un grupo de jóvenes del baño, salió cruzándose con unos alegres borrachines con camisetas amarillas, se paró en la parte media del estadio y observó los palcos, mientras escuchaba a lo lejos gritos y silbatos de policías que corrían rumbo al baño.
Recorrió con la mirada de una lado al otro la tribuna, no se veía nada extraño. Los palcos estaban llenos de ejecutivos de la televisora dueña del equipo, patrocinadores con boletos de cortesía, juniors y familiares de los jugadores, además de algunas edecanes en busca de ser descubiertas como actrices.
Lo que era notorio es la presencia de seguridad en todo el área de los palcos centrales, algunos guaruras trajeados cuidaban las puertas de acceso y otros fuera de los palcos, vestidos de civil pero con el corte de pelo militar y chicharos en las orejas estaban más interesados en la tribuna, que en el campo de juego.
El despliegue de seguridad en el edificio era tan notorio, que alguien muy importante debía estar presente en el juego, pensó Garabato.
Cuando salieron los equipos, el estadio mostraba una asistencia más que aceptable. La promesa de conseguir el campeonato en el centenario, había hecho regresar a muchos de los aficionados a las tribunas, después que la temporada anterior que habían perdido el clásico con las Chivas, no ganaron el campeonato e hicieron el ridículo en el mundial de clubes, frente al dueño del equipo el Señor Emilio Azcárraga Jean, uno de los empresarios más ricos del planeta.
En la cancha se enfrentaba un América potente, lleno de estrellas y una banca que en cualquier otro equipo todos serían titulares; frente a un talentoso y juvenil Pachuca.
Garabato estaba intranquilo, se paró de su lugar y se dirigió al pasillo cerca de los palcos. Al verlo un par de los guaruras se inquietaron, pero se relajaron cuando el vendedor de cerveza y lo saludó amablemente por su nombre.
Se dio cuenta de un movimiento raro en la banca del América, alguien se acercó y le pasó un teléfono celular al entrenador Ambríz, que volteó a la tribuna mientras hablaba. Pepe siguió a dirección de su mirada y llegó hasta el palco del América.
En ese momento un grupo de guardaespaldas entró violentamente al palco, rodeó al presidente del equipo y a sus ejecutivos, y los desaparecieron en unos segundos.
Pepe volteó a ver al entrenador, que seguía en el teléfono pero ahora solo miraba hacia el campo siguiendo al balón.
En la tribuna nadie se había dado cuenta, los cánticos apoyando a su equipo ya eran un bullicio. De pronto el estadio enmudeció.
El baboso de Ventura Alvarado acababa de meter un autogol. Era el minuto 18 del primer tiempo.
Pepe aprovechó ese momento y volvió a ir al baño. Se sorprendió de encontrar un baño impecable, con olor a cloro, todo estaba como si no hubiese pasado nada, no había policía , ni cadáver.
Regresó a su lugar cuando el Pachuca anotó el segundo gol y los aficionados mostraban su descontento mentándole la madre al entrenador y chiflando todas las jugadas de su equipo.
Se fueron al descanso del medio tiempo con un dos a cero en contra, entre los abucheos de un sector del público.
Pepe Garabato aprovechó en llamar a uno de sus contactos: el jefe de seguridad del estadio y tratar de averiguar que estaba pasado, después de tres timbrazos contestó:
-No puedo hablarte ahora, te marco más tarde- le dijo su amigo, y le colgó.
Algo gordo estaba pasado.
Sintió la tentación de subir y preguntarles a los guaruras que quedaban en los palcos, pero los vio nerviosos, no valía la pena acercarse, no fueran a tomarlo a mal. Muchos de esos cabrones primero disparan y luego averiguan.
Así que decidió regresar al partido y no preocuparse.
Ya estaban saliendo los equipos.
Después de un juego mediocre durante veinticinco minutos, un golazo de Sambueza levantó el ánimo del estadio…
Y luego otra vez a lo mismo, un partido trabado en la media cancha, con muchos errores en la definición.
Al 86 y luego en los tiempos extras llegaron dos goles más del visitante, y el desánimo en la tribuna se convirtió en coraje y gritos en contra del entrenador que pedían que lo corrieran…
Pepe mientras esperaba que saliera un poco de gente, le entraron varios mensajes al teléfono, y luego una llamada.
Vio la pantalla y no reconoció el número. Contestó:
-Si, bueno…
-¿Con el Señor José Garabato…?
-Diga Usted.
-Me dio su teléfono el licenciado Manuel González, necesito verlo urgente.
-Oiga ahora no puedo, estoy en el estadio…
-¿En que estadio?
-En el Azteca
-¿En qué lugar?
-¿Perdón?
-¿En qué zona del estadio?
-En la sección K, especial bajo…
-No se mueva, mando ahora mismo por usted…- Y colgó.
Pepe no entendía nada, de pronto vio a dos guaruras llevarse las manos a los oídos, como si estuviesen recibiendo ordenes, luego parecía que buscaron algo y caminaron hacia donde estaba.
-¿Licenciado Garabato? –dijo uno de ellos.
-Diga.
-Por favor acompáñenos…
Siguió a uno de ellos y seguido por otro, que no se quitaba la mano de la oreja.
Luego levantó la mano a la altura de su boca y le escuchó decir:
-Ya lo encontramos, vamos hacia el control de mando…
Mientras caminaban a paso rápido y se abrían paso entre los aficionados.
Se pararon frente al elevador de ejecutivos, y cuando abrió las puertas mostraron sus placas y obligaron a bajarse a todo mundo.
Luego bajaron cuatro pisos, salieron del elevador y giraron a la izquierda entrando a un salón donde habían grupos de federales, de policías, y militares, le abrieron paso hasta llegar frente a un general del ejército que le dijo a manera de saludo:
-Necesitamos de su ayuda detective Garabato…
Y se movió dejándole ver una pila de cuerpos de hombres trajeados, todos armados y todos muertos de forma violenta.
El Club América esa tarde perdió cuatro a uno el partido, y ahora en su estadio había un bonche de muertos… Mala forma de iniciar los festejos del Centenario del Club…
*****
Venía al estadio ilusionado después de ver ganar 3-0 a su equipo contra el Atlas el último fin de semana, y esperaba que el América goleara al Deportivo Pachuca.
Iba a pedir su cuarta cerveza, pero antes decidió ir al baño, ya faltaba sólo quince minutos para comenzar el partido.
Subió las escaleras y saludo a varios de los aficionados con los que se veía cada juego en los últimos años, aficionados de hueso colorado del Club América, que no conocía por nombre, pero que curiosamente recordaba cada rostro y cada lugar donde se sentaban en el estadio. “Amigos de la tribuna”, eso eran, caras conocidas unidos por una afición al fútbol, eran casi como una tribu de guerreros vestidos de amarillo listos para hacerse sentir desde las gradas.
Mientras caminaba sintió unas enormes ganas de mear, así que bajó la cabeza para ya no saludar a nadie más, y entró al baño encontrándose con un muerto en el piso. Rodeó el cuerpo y meó rápido volteando a ver si venía alguien más, y después de subirse la bragueta y lavarse las manos, se aseguró de que el hombre no tenía pulso. Observó la escena del crimen, y su se formó una imagen mental de la situación: el cuerpo era de un hombre de alrededor de 45 años y un metro ochenta cuando menos, y había muerto… ahogado.
Tres cosas observó en un primer momento:
La primera es que quién fuese el asesino, tenía que poseer una fuerza brutal para poder haber ahogado a este gigante en el toilet.
Segundo: el cadáver estaba vestido de traje, y el asesino se había aprovechado para utilizar la corbata para sujetarlo.
Y tercero vio un arma calibre 45 especial que se asomaba dentro de la sobaquera del difunto. Pocos aficionados vienen a los partidos de traje y armados, a no ser que fueras un elemento de seguridad de alguien importante.
Escuchó una discusión fuera del baño y su instinto lo alertó del peligro:
-Agente muerto en los baños de la sección K…
-¡Te pueden estar escuchando, idiota! –dijo otra voz.
-Estoy hablando por la banda oficial…
-¡Ve a preparar la salida, yo me hago cargo del bulto…!
De pronto Garabato los dejó de escuchar, no sabía si solo habían dejado de hablar, o si se habían ido. Esperó un momento, y cuando sintió que llegaba un grupo de jóvenes del baño, salió cruzándose con unos alegres borrachines con camisetas amarillas, se paró en la parte media del estadio y observó los palcos, mientras escuchaba a lo lejos gritos y silbatos de policías que corrían rumbo al baño.
Recorrió con la mirada de una lado al otro la tribuna, no se veía nada extraño. Los palcos estaban llenos de ejecutivos de la televisora dueña del equipo, patrocinadores con boletos de cortesía, juniors y familiares de los jugadores, además de algunas edecanes en busca de ser descubiertas como actrices.
Lo que era notorio es la presencia de seguridad en todo el área de los palcos centrales, algunos guaruras trajeados cuidaban las puertas de acceso y otros fuera de los palcos, vestidos de civil pero con el corte de pelo militar y chicharos en las orejas estaban más interesados en la tribuna, que en el campo de juego.
El despliegue de seguridad en el edificio era tan notorio, que alguien muy importante debía estar presente en el juego, pensó Garabato.
Cuando salieron los equipos, el estadio mostraba una asistencia más que aceptable. La promesa de conseguir el campeonato en el centenario, había hecho regresar a muchos de los aficionados a las tribunas, después que la temporada anterior que habían perdido el clásico con las Chivas, no ganaron el campeonato e hicieron el ridículo en el mundial de clubes, frente al dueño del equipo el Señor Emilio Azcárraga Jean, uno de los empresarios más ricos del planeta.
En la cancha se enfrentaba un América potente, lleno de estrellas y una banca que en cualquier otro equipo todos serían titulares; frente a un talentoso y juvenil Pachuca.
Garabato estaba intranquilo, se paró de su lugar y se dirigió al pasillo cerca de los palcos. Al verlo un par de los guaruras se inquietaron, pero se relajaron cuando el vendedor de cerveza y lo saludó amablemente por su nombre.
Se dio cuenta de un movimiento raro en la banca del América, alguien se acercó y le pasó un teléfono celular al entrenador Ambríz, que volteó a la tribuna mientras hablaba. Pepe siguió a dirección de su mirada y llegó hasta el palco del América.
En ese momento un grupo de guardaespaldas entró violentamente al palco, rodeó al presidente del equipo y a sus ejecutivos, y los desaparecieron en unos segundos.
Pepe volteó a ver al entrenador, que seguía en el teléfono pero ahora solo miraba hacia el campo siguiendo al balón.
En la tribuna nadie se había dado cuenta, los cánticos apoyando a su equipo ya eran un bullicio. De pronto el estadio enmudeció.
El baboso de Ventura Alvarado acababa de meter un autogol. Era el minuto 18 del primer tiempo.
Pepe aprovechó ese momento y volvió a ir al baño. Se sorprendió de encontrar un baño impecable, con olor a cloro, todo estaba como si no hubiese pasado nada, no había policía , ni cadáver.
Regresó a su lugar cuando el Pachuca anotó el segundo gol y los aficionados mostraban su descontento mentándole la madre al entrenador y chiflando todas las jugadas de su equipo.
Se fueron al descanso del medio tiempo con un dos a cero en contra, entre los abucheos de un sector del público.
Pepe Garabato aprovechó en llamar a uno de sus contactos: el jefe de seguridad del estadio y tratar de averiguar que estaba pasado, después de tres timbrazos contestó:
-No puedo hablarte ahora, te marco más tarde- le dijo su amigo, y le colgó.
Algo gordo estaba pasado.
Sintió la tentación de subir y preguntarles a los guaruras que quedaban en los palcos, pero los vio nerviosos, no valía la pena acercarse, no fueran a tomarlo a mal. Muchos de esos cabrones primero disparan y luego averiguan.
Así que decidió regresar al partido y no preocuparse.
Ya estaban saliendo los equipos.
Después de un juego mediocre durante veinticinco minutos, un golazo de Sambueza levantó el ánimo del estadio…
Y luego otra vez a lo mismo, un partido trabado en la media cancha, con muchos errores en la definición.
Al 86 y luego en los tiempos extras llegaron dos goles más del visitante, y el desánimo en la tribuna se convirtió en coraje y gritos en contra del entrenador que pedían que lo corrieran…
Pepe mientras esperaba que saliera un poco de gente, le entraron varios mensajes al teléfono, y luego una llamada.
Vio la pantalla y no reconoció el número. Contestó:
-Si, bueno…
-¿Con el Señor José Garabato…?
-Diga Usted.
-Me dio su teléfono el licenciado Manuel González, necesito verlo urgente.
-Oiga ahora no puedo, estoy en el estadio…
-¿En que estadio?
-En el Azteca
-¿En qué lugar?
-¿Perdón?
-¿En qué zona del estadio?
-En la sección K, especial bajo…
-No se mueva, mando ahora mismo por usted…- Y colgó.
Pepe no entendía nada, de pronto vio a dos guaruras llevarse las manos a los oídos, como si estuviesen recibiendo ordenes, luego parecía que buscaron algo y caminaron hacia donde estaba.
-¿Licenciado Garabato? –dijo uno de ellos.
-Diga.
-Por favor acompáñenos…
Siguió a uno de ellos y seguido por otro, que no se quitaba la mano de la oreja.
Luego levantó la mano a la altura de su boca y le escuchó decir:
-Ya lo encontramos, vamos hacia el control de mando…
Mientras caminaban a paso rápido y se abrían paso entre los aficionados.
Se pararon frente al elevador de ejecutivos, y cuando abrió las puertas mostraron sus placas y obligaron a bajarse a todo mundo.
Luego bajaron cuatro pisos, salieron del elevador y giraron a la izquierda entrando a un salón donde habían grupos de federales, de policías, y militares, le abrieron paso hasta llegar frente a un general del ejército que le dijo a manera de saludo:
-Necesitamos de su ayuda detective Garabato…
Y se movió dejándole ver una pila de cuerpos de hombres trajeados, todos armados y todos muertos de forma violenta.
El Club América esa tarde perdió cuatro a uno el partido, y ahora en su estadio había un bonche de muertos… Mala forma de iniciar los festejos del Centenario del Club…
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