“El huevo izquierdo, otra vez…”



Hoy tengo el día libre, así que caminé hasta el Molino Rojo y en la puerta pregunté por Irina. Un ruso de trecientos kilos, con una manopla en la mano derecha, me dijo educadamente: que me vaya a chingar a mi madre, y que no regresara nunca más… Por supuesto atendí su cordial invitación y me dirigí al parque Gorki, donde me senté a observar a la gente, mientras comía un helado.

Lo cierto es que el mundial atrae gente extraña y mucho bicho raro, y pensándolo bien es de esperar. ¿Quién en sus cinco sentidos se gasta una fortuna en aviones, hoteles, y boletos, sabiendo que su equipo va a perder? No hay que ser realmente un genio para saber lo que le va a pasar a Panamá, por poner un ejemplo… ¿Quién va a un lugar que sabe que va a estar todo diez veces más caro? ¿Que tipo de gente viaja alegre, sabiendo con casi certeza que su regreso será miserable?
- Personas de fé diría mi madre. 
Le juré a mi jefe Don Rubeleone no escribir una palabra de religión, así que me alejo de este espinoso tema, aunque algún día me gustaría discutir sobre el fútbol y la religión… me calló…

En el parque después de un intercambio de miradas y sonrisas, me ligue dos suecas, no las culpo, nadie se puede resistir a un mexicano guapo, como yo. 
Me invitaron a su hotel y bebimos demás porque de pronto una de ellas me confesó que me quería amamantar; mientras la otra ,trataba de amarrarme a la cabecera de la cama. 
Lo cierto es que estaba un poco incómodo por la situación y ellas muy bebidas. Como las cosas apuntaban a salirse de control,  aproveché un descuido cuando tocaron, y entraron un grupo de güeros y güeras gigantes, y mientras pasaban se iban quitando la ropa, y se iban acomodando como piezas de Tetris, sin que les preocupara las terminaciones del cuerpo de al lado. 
Salí huyendo tratando de no pensar en lo que hubiese ocurrido si me encontraban amarrado a la cama. 

Cuando llegue al lobby de hotel me di cuenta que no traía pantalones; pero traía lo más importante conmigo, mi dignidad intacta.
Caminé a paso ligero, hasta que le pude arrebatar la bandera de Colombia, a un borrachito que cantaba: “El Tigre Falcaoooo…” y lo repetía incansable mientras daba saltitos. Me enrollé la bandera en la cintura, y me dirigí a mi hotel en busca de unos pantalones limpios.

Esto no tiene que ver con lo que estoy contando, pero ahora envidio a las mujeres, porque el aire fresco en los huevos, me quitó la borrachera de golpe y me devolvió una tranquilidad que no tenía desde la eliminación de México. Ahora entiendo porque las viejas son más lúcidas que nosotros…

Cuando llegué a mi hotel. ¿A quién creen que me encontré esperando?
A Ana Karenina, la bellísima prostituta rusa que conocí unos días antes. 
Estaba preciosa con un vestido con flores azules que hacían juego con sus ojos. Traía en una de las manos mis zapatos,  y en la otra una botella de tequila. 
Me sonrió y yo me derretí ante ella. 
Fuimos a mi habitación y le mostré de las maravillas que los mexicanos somos capaces  de hacer, antes de fumarnos el cigarro.

Desperté pegado con masking tape, a una silla del hotel y tardaron casi diez horas en encontrarme la señora de la limpieza. 
Esta vez Ana se llevó mi computadora, mi cámara, mi traje rojo con el que salgo en la tele, todos mi viáticos, un Rolex falso, y mi Iphone X con los Imojis animados… 

Mientras la señora de la limpieza y el jardinero croata me quitaban los tapes del cuerpo, sonreí al pensar lo idiota que había sido, en caer dos veces con la misma piedra. 
Por otro lado pensaba que si volvía a encontrar a Ana, le pedía matrimonio, e iba a dedicar el resto de mi vida a reformarla y amarla en todas las posiciones posibles. 
El Jardinero croata interrumpió mis pensamientos, cuando le dio un jalón al masking tape y desacomodándome el huevo izquierdo nuevamente.

Llame a Sabrina y llegó al poco rato con su amigo ruso, que más que un masaje, pareció darme una paliza por pendejo. Y al final tuvo la amabilidad de colocar el testículo en su lugar. Y me advirtió que se estaba cansando de tocarme los tanates, y que la próxima vez lo tendría que hacer mi asistenta. Y yo la verdad, si me dejaba, nomás pa saber como se siente con una mano más ligera.

Mi tarde acabó echado en la cama, con una bolsa de hielos entre las piernas, y escribiendo esta nota, con una computadora rentada por la señora de la limpieza, que Sabrina tuvo que pagar por adelantado, en lo que me llega dinero de la oficina.

Mañana es otro día libre, pero iremos a las conferencias de prensa programadas, y además planeo leer la correspondencia que los lectores han mandado y contestarles a algunos de ellos.

Nada más por el momento.

El Demoño

























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