El más grande en la arcilla se vuelve a coronar en Roland Garros por onceava ocasión

Foto: rolandgarros twitter

El placer de ver jugar al mejor jugador de la historia sobre tierra batida se entremezcla con una sensación de temor a lo inevitable. ¿Qué será del tenis cuando Rafael Nadal no gane Roland Garros? Resulta inconcebible pensar en un Grand Slam parisino sin un jugador que está destrozando todos los récords posibles. Los calificativos se agotan para describir lo que supone ganar 11 títulos consecutivos en un torneo que resultará imposible desligar del nombre del balear.

Los ingredientes para vivir una gran final eran evidentes. Dominic Thiem llegaba con gran confianza en sí mismo, sabiendo lo que es ganar al español este mismo año en su superficie predilecta y con la sensación de que es el único jugador actualmente con verdaderas opciones de imponerse a Rafa en una final de Roland Garros. Pero los castillos en el aire tienden a diluirse, nunca por demérito del dibujante sino por lo implacable que resulta alcanzar un imposible. Y es que da la sensación de que en eso se ha convertido ganar a Nadal aquí: misión imposible.

En un ambiente plomizo y entre nubes amenazadoras se desarrolló un primer set que fue una sucesión de relampagueantes intercambios de tú a tú. Dominic imprimía una energía apabullante en cada golpe y era capaz de desplazar a un Nadal que tomó ventaja en el marcador pero pronto se equilibró todo. Ninguno de los dos conseguía sacar con fluidez, atesorando bajos porcentajes de primer servicio que no les impidieron llegar al tramo final igualados. El español eludió escaramuzas de mucho peligro por parte de un Thiem muy intenso pero cuando se entró en el terreno que separa a los grandes jugadores de las leyendas, todo experimentó un vuelco.

"Ahora". Es lo que se habrá escuchado al inicio de ese décimo juego en muchos hogares, en las gradas de las Philippe Chatrier y en la mente de Nadal... y de Thiem. El austriaco salió a su turno de saque con el 5-4 para Nadal con el temor a una emboscada y terminó siendo él mismo quien se metió en la cueva del lobo. Tras casi una hora de set escogiendo cada golpe con la precisión y la pulcritud de un escribano, Dominic se desordenó. Una volea a la red, miradas de preocupación a su box y angustia palpable en sus gestos, que desembocó en tres errores no forzados síntomas de su pánico interior.

Eso es el tenis. En un pestañeo se pasa de tutearse con una leyenda a eludir la refriega cual niño que mete la cabeza debajo de su manta en mitad del caos, esperando que todo pase. Y lo que pasó fue un ciclón de nombre Rafael y apellido Nadal que no se detuvo ante nada ni nadie. Ni siquiera cuando Thiem sacó a relucir su mejor tenis en el segundo parcial, exprimiendo al máximo la capacidad del español.

Nadal tomó ventaja merced a la resaca del final de la primera manga pero tuvo que hacer malabares para mantener las acometidas de su rival, en especial en el séptimo juego. Fue una oda al tenis en la que el austriaco comió terreno a Rafa, desplazándole con eficacia y demostrando que en su mejor nivel es intratable para todos. Para todos menos para un hombre capaz de encontrar soluciones ante cualquier desafío, por rocambolescas que parezcan, y en esta ocasión así fue: dos dejadas. Con esto se sacudió la presión el de Manacor, ejecutando un golpe que exige máximo temple y precisión en un momento que pudo cambiar el rumbo del encuentro.

Fue un varapalo para Thiem comprobar cómo no había sido capaz de equilibrar el marcador jugando su mejor tenis, y en un abrir y cerrar de ojos se vio dos sets abajo en el marcador. El tercer set comenzó con el austriaco afanándose por no perder comba en el marcador. Levantó tres bolas de break en el primer juego pero el español hizo break. Fue ahí donde un suspiro de conmoción recorrió el planeta. 2-1 30-0 y el español pidiendo la asistencia porque se le había acalambrada la mano y no podía mover bien los dedos.

Este problema que para muchos habría sido condenatorio, en el caso de este gigante competitivo no fue más que un ingrediente para aportar épica a un nuevo triunfo. Dominic Thiem se encontró con un jugador igual de intenso y acertado, sin remilgos para ponerse el mono de trabajo y empleando como una motivación extra un factor que podría haberle sumido en una gran preocupación.

El resultado final fue de 6-4 6-3 6-3 en favor de Rafael Nadal, uno de esos hombres que está elevando el tenis y el deporte a un estatus superior. Roland Garros 2018 tiene el único dueño que se podía imaginar, un jugador capaz de superar todo lo imaginable, no solo con su juego y registros sino también con su actitud y carisma. Solo podrá valorarse del todo lo conseguido por esta leyenda cuando ya no esté. Hasta que ese dramático momento llegue solo queda disfrutar.


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