Venus Williams se instala en la antesala de la final de wimbledon

Foto: WTA twitter

Nos quedamos sin palabras cada vez que vemos a Venus Williams cerrar un partido con el puño en alto. La señal de que las cosas han ido bien, de que la victoria lleva su nombre y de que su leyenda es todavía un poquito más grande. Esta vez la víctima fue Jelena Ostapenko (6-3, 7-5) en un duelo entre dos generaciones separadas por casi dos décadas que terminó llevándose la leyenda de California. Será diez semifinales en Wimbledon para ella y la oportunidad de alcanzar una nueva final de Grand Slam, la segunda de la temporada.

Cuando Venus Williams pone un pie en la pista de Wimbledon, los libros de historia empiezan a trabajar. En esta ocasión, la de Lynwood iniciaba su partido individual número 100 en la hierba del All England Club y lo hacía con un balance de 85-14. En total, veinte participaciones resueltas con ocho finales y cinco títulos. A sus 37 años pero con la energía de una veinteañera, nada le queda por demostrar a esta leyenda que todavía nos regala horas de aventuras. Pero mientras haya tiempo y el cuerpo responda, nunca es tarde para firmar otra hazaña. Hoy el reto era vencer a Jelena Ostapenko, el nuevo torbellino del circuito, reciente campeona en Roland Garros y 17 años más joven que ella.

Lo que estaba claro es que no sería un encuentro de largos intercambios ni de muchas vueltas al reloj. Entre el saque de la americana y la derecha de la letona, teníamos aseguradas altas dosis de electricidad en pista y pocas oportunidades al resto. Precisamente, ese fue justo el factor que empezó perjudicando a Alona, tal y como quiere que la llamen. Venus empezó más fuerte, más concentrada, aptitudes que si se quedan en el vestuario en los primeros juegos, corres el riesgo de empezar con una mano atada a la espalda. Ostapenko lo pagó y el 3-0 de la mayor de las Williams iba a ser definitivo para anotarse la primera manga. No le hizo falta hurgar más en la herida, cerrando con 6-3 ya marcaba el territorio que durante dos décadas ha llevado su nombre.

Claro, de la hierba a la tierra batida, la cosa cambia. La potencia de Ostapenko seguía siendo la misma, una explosividad que aquí genera más velocidad pero que en la arcilla le permite desmarcarse mejor de sus rivales. Ante Venus, otra gran cañonera, la diferencia no iba a estar en quien mejor atacase, todo lo contrario. Ambas resolvían bien sus juegos al saque, pero era Jelena la que más sufría a la hora de restar, con lo que un despiste le podía costar prácticamente media partida, tal y como sucedió en el primer parcial. Mientras tanto, Venus a lo suyo, ganando el 80% de los puntos con su primer servicio y obligándonos a cuestionar si realmente tenía 37 años la mujer que estábamos viendo bailar sobre la hierba. Ya con 36 logró meterse hasta las semifinales del tercer grande del curso, ¿por qué no repetir con un dígito más en la maleta?

De nuevo la mayor frescura mental y el mayor acierto llevaron a Venus Williams a enseñar otra lección al comienzo del segundo set. Break tempranero para incitar más dudas y navegar de manera más relajada hasta la meta. Qué fácil parece leído así, pero es que lleva haciéndolo desde 1997. Pero Ostapenko no quería colocar la alfombra roja tan rápido, por eso igualó la contienda hasta el 5-5 y dejó que la inspiración hiciera el resto. Gran reacción, pero insuficiente. Otra vez Venus sacó el libro de la experiencia y, con dos juegos consecutivos, firmaba el pase a las semifinales de Wimbledon por décima vez en su carrera. Inaudito lo que hizo, lo que hace y lo que seguirá haciendo Venus cada vez que entra y sale de una pista de tenis. Esa sensación impagable de estar presenciando a alguien irrepetible.


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