Escrito por Augustus Doors.
…Cuando se abrió la puerta de la ambulancia, Garabato supo que algo malo estaba ocurriendo. Había un grupo numeroso de policías parapetados detrás de sus coches patrullas, todos apuntándole como si fuese un criminal peligroso.
Les ordenaron salir uno por uno, primero los enfermeros, luego Rolo y finalmente a él. Antes de revisarlo se encargaron de ablandarlo un poco y golpearon donde sintieron el vendaje. Pepe sintió como se movían sus costillas rotas ocasionando un dolor terrible.
-José Garabato, está usted detenido por el asesinato del teniente Cicerón Romero, tiene usted derecho de callarse el hocico y llamar a un abogado -esto último lo dijo con una sonrisa en la boca mientras lo empujaba dentro de la patrulla. Por la otra puerta subieron a Rolo, a quién le quitaron el yeso a golpes, preguntándole si no traía armas dentro.
-Pase lo que pase, no abras la boca -le ordenó Garabato.
-¡Cállense cabrones…!- gritó el chofer.
El coche tomó rumbo hacia el norte con patrullas abriendo el paso, y un camión de la policía en la retaguardia, un operativo en toda la regla.
El capitán anunció por la radio que ya tenían a los sospechosos, y que se dirigían a la base.
Garabato vio pasar los vagones del metro con gente mirando por las ventanas, los pobladores de la ciudad ya se habían acostumbrado a la violencia y a los malos olores, parecía que la única forma de sobrevivir en un lugar así, era ignorar todo lo que estaba a su alrededor. Por eso el ciudadano común no quería darse cuenta que caminaba a diario en un campo minado, donde se escuchaban explosiones en cada momento, causando muerte y destrucción, y lo único que le quedaba era encomendarse a el santo de su preferencia y respirar aliviado cuando llegaba a su casa, sano y salvo.
*
El Delfín volaba en un helicóptero rumbo a Toluca cuando le informaron por celular del arresto de Garabato.
-¡Ah si serán pendejos! – respondió- Avise a los hombres para que se fijen donde lo llevan, y que manden a los abogados para que lo saquen pronto. Mantenme informado y colgó.
El aceitar el sistema cada vez le costaba más dinero, y se volvía lento e ineficaz. A él no le gustaba tratar con los mandos medios, pero al parecer los jefes estaban perdiendo el control de la situación.
*
De pronto el convoy de a policía perdió velocidad y junto con las sirenas se escuchaba los bocinazos, y a un oficial que gritaba por el altoparlante de la patrulla.
-¡Háganse a un lado! ¡Háganse a un lado o…- no lo dejaron terminar la frase cuando varios Humvees del ejército interceptaron la caravana y en unos segundos estaban totalmente rodeados por los coches y decenas de soldados enmascarados con pasamontañas y armas largas.
-¡Venimos por los prisioneros, éste es un asunto del ejercito!.
-Tenemos ordenes de llevarlos a la delegación de policía…
-Pues nuestras ordenes es llevarlos al cuartel de oriente, de inmediato… así que no me haga perder el tiempo y entréguelos.
Los de la policía sabían que no se puede jugar con el ejército, y menos si te triplican en hombres y armamento. Entregaron los prisioneros, las llaves de las patrullas y las armas.
Los coches del ejército desaparecieron de la misma forma en que aparecieron, de forma absolutamente coordinada.
El capitán de la policía encargado de la operación informó lo sucedido a sus jefes.
Ahora el convoy del ejército se dirigía rumbo al cuartel de oriente de la ciudad.
*
El asistente del Secretario de Gobernación, el Licenciado Olmos fue informado de la detención de Garabato y un compañero por las fuerzas del ejército, acusados por la supuesta desaparición de los ciudadanos colombianos y el robo de tres millones de dólares. Marcó inmediatamente un número de celular.
-Diga -le contestaron
-¿Sabes dónde están los colombianos?
-En eso estoy… - contesto
-Los kekos tienen al detective y su amigo
-No por mucho tiempo… -dijo Cero Maldad.
-Nos vemos en la oficina, en una hora… -ordenó Olmos.
La situación se estaba complicando y no quería molestar a sus superiores.
*
El convoy del ejército no se detuvo al acercarse a la entrada del cuartel, los soldados de la garita de control, estaban informados de su llegada y los dejaron pasar haciéndoles señales a todos las Humvees que no se detuvieran. Una vez que pasó el último vehículo bajaron la pluma y se pusieron en alerta.
A Garabato y Rolo los hicieron pasar a una amplia sala con cuadros de la batalla de Puebla, y una pared llena de retratos de generales, además de un par de espadas cruzadas encima de una chimenea. Desde la puerta un soldado los miraba como si fuesen a robar algo, cuando sintió que alguien abría la puerta se puso tenso y saludó marcialmente. El general García, el capitán Moreno y un hombre viejo con un traje viejo y los zapatos desgastados, entraron a la habitación.
-Señor Garabato, ahora si esta metido en un problema –dijo García.
-No entiendo porque lo dice general.
-Pues hacerse tonto no lo va a ayudar de mucho. El señor Arturo Gallo es licenciado en leyes, y está presente en calidad de su abogado defensor.
-¿De qué se me acusa?
-De dejar cadáveres regados, por donde pasa…
-¿De qué habla?
-De la muerte del teniente Cicerón Romero, por eso tiene a toda la policía detrás de sus huesos.
Además parece que esta ligado a tres muertes en una casa de la colonia Taxqueña, la desaparición de los secuestradores y el haber robado el dinero del rescate.
-¿Y eso lo hice yo solo? ¡¿Está Usted loco?!
-No el que se volvió loco es Usted, parece que se sintió intocable con tanto amigo influyente…
Recuerde, este es un país de leyes…
-Un país de leyes… ¡mis huevos! –contestó Rolo,
-¡Cuidado jovencito! A Usted lo estamos considerando como cómplice de sus delitos…
-¡No sé de lo que esta hablando! –dijo Garabato
-Yo le sugiero que se deje de tonterías y que comience hablar, todavía podemos ver como arreglamos las cosas, y que salga perjudicado lo menos posible.
-Quiero hacer un par de llamadas…- demandó Garabato.
-No se puede, Usted esta detenido y si no colabora se le pondrán los cargos de inmediato.
-Usted no me puede detener en un cuartel, ni poner cargos…
-Es un asunto de seguridad nacional, y en ese caso todo es discrecional…
-¿Discrecional? ¿O sea que puede hacer lo que se le venga en gana?
-¿No que estamos en un país de leyes? -preguntó Rolo.
-Los delitos comunes no tienen el mismo tratamiento que los delitos en contra de la nación… Lo dejo unos minutos con su abogado, hable con él y cuando regrese espero que colabore.
El general salió mientras el abogado abría su maletín y sacaba varias formas donde estaban escritas las confesiones, que sólo tenían que firmar.
-Licenciado no pierda su tiempo –dijo Garabato- no vamos a firmar nada…
-Es lo mejor para ustedes, si deciden colaborar puedo negociar algo favorable.
-No vamos a colaborar con nadie, así que gracias, ya se puede ir.
-Pero…
-¡Pero nada!…-gritó Rolo- ¡Ya sáquese a chiflar a su madre!… ¡Váyase por donde vino!…-le decía Rolo mientras le metía los papeles al maletín y lo acompañó hasta que salió de la habitación.
-¿Tu sabes algo sobre los muertos que encontraron?
-No tengo idea…
-¿Seguro?
-Estos militares saben que en la guerra muere mucha gente y no andan buscando quien disparó… esos hijos de puta sólo tuvieron su merecido…
Garabato no quiso seguir preguntando, con lo que había escuchado ya estaba bastante intranquilo.
*
Esa noche en el noticiero, la primera nota era la de tres cuerpos aparecidos colgados en un puente peatonal de la zona norte de la ciudad. Miles de coches y personas pasaban por ese lugar a todas horas, y no había ningún testigo de lo ocurrido.
Habían aparecido colgados así nomás, como si fuesen una piñatas de cumpleaños, y con carteles amarrados a sus cuellos que decían “Ojo por Ojo” “Amarillo, azul y rojo” “No más muertos”. El reportero no quiso especular sobre el significado de los letreros, pero era claro: era un mensaje a los carteles en Colombia, que no era personal y no querían represalias.
La siguiente noticia fue sobre un alcalde asesinado en Guerrero, otra manifestación de los padres de los estudiantes desaparecidos, y luego pasaron a el secuestro de dos empresarios chinos en la zona industrial de la Quintana Roo…
Una noche llena de malas noticias, ya se había hecho costumbre.
*
Garabato y Rolo pasaron la noche sentados en unas sillas de metal, en cuartos diferentes y bajo una luz intensa. Nadie había entrado desde que los encerraron allí, solo una cámara en la pared vigilaba sus movimientos.
Por la mañana unos soldados abrieron la puerta y llevaron a Garabato de mala manera al cuarto donde el día anterior había visto al general. Allí lo esperaba el capitán Romero y el abogado, con el mismo traje y los mismos zapatos viejos.
-Buenos días señor Garabato- dijo el capitán de forma alegre- espero que haya recapacitado y firme su confesión- el abogado dio un paso adelante con los papeles en la mano.
-¡Váyanse al carajo! –contesto enojado, el abogado con los papeles en la mano dio un paso para atrás.
-En ese caso quiero informarle que va a ser transferido a un cuartel del máxima seguridad…
-No pueden hacer eso sin la orden de un juez, soy un civil no un militar…
-Le recuerdo que en casos de seguridad nacional todo es discrecional…
-Y discrecional quiere decir que me pueden desaparecer sin respetar mis derechos…
-En este momento todos sus derechos quedan revocados por ser Usted un peligro para el estado…
En ese momento hicieron pasar a Rolo, que venía golpeado del rostro.
-Necesito que firmen estos papeles donde se les informa de su traslado…
-No firmamos nada – replicó Pepe.
-Como Usted lo decida.
El capitán se dirigió a la puerta, en el momento que cuatro hombres vestidos de trajes obscuros y corbatas negras irrumpieron en la habitación.
-¿Capitán Romero?
-¿Quienes son Ustedes?
-Oficiales de Inteligencia del Estado, y tenemos jurisdicción sobre este caso. Con su permiso nos llevamos a los prisioneros.
-No pueden hace eso…mis ordenes…
-Sus ordenes han sido revocadas, el general García está detenido por insubordinación, y estas son sus nuevas ordenes- le alcanzo un papel doblado.
El capitán leyó las tres líneas con las ordenes, y al parecer no sabía que demonios hacer.
-Pero…
-Por favor vea quién firma el documento -el capitán miró el papel nuevamente.
-¿Van a necesitar refuerzos para el traslado?- dijo el capitán tratando de ganar tiempo.
-No, tenemos un convoy de cuatro camionetas con la protección de la Marina de Guerra esperando allá afuera, gracias…
El colmo de la humillación -pensó el capitán- he hizo un último intento:
-¿Y si me opongo, hasta consultar con mis superiores?.
-Mis ordenes son sacarlos de aquí de inmediato, con o sin su aprobación.
-¡Pues no se los llevan! –dijo el capitán, sabiendo que en caso de que lo sometieran a una corte marcial, él se había opuesto al traslado para cumplir sus ordenes. Los hombres se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo y esposaron al capitán y a un soldado raso y les pidieron por favor que no se movieran.
Todo un teatrito para protegerse el trasero-pensó Pepe..
-Señor Garabato por favor acompáñeme…-dijo uno de los hombres de negro.
-¿A dónde me llevan?
-A las oficinas del Secretario de Gobernación, señor.
Garabato decidió acompañarlos, pero les puso una condición.
-El viene conmigo –indicando a Rolo.
-Si señor- le contestaron y los acompañaron hasta las camionetas que salieron rumbo al centro de la ciudad.
Garabato sentía que algo estaba mal. Tenía la sensación de que los seguían a distancia, los hombres de negro no le daban confianza…Sabía que en cualquier momento lo iba asaltar un ataque de paranoia.
Llegaron a una calle del centro histórico y los coches de detuvieron. Caminaron por un callejón hasta entrar a un edificio antiguo. Cruzaron por la cocina, donde había mas de veinte personas trabajando, a nadie pareció importarles el paso de este grupo de intrusos. Entraron al elevador de servicio y presionaron el piso.
Garabato vio un memo con las actividades del hotel en la pared del elevador, se dio cuenta que estaban en el Gran Hotel de la Ciudad de México y se dirigían a los pisos superiores. Pepe había estado en ese hotel varias veces, así que cuando se abrieron la puertas supo exactamente donde estaba: En la terraza del hotel el restaurant lucía vacío a excepción de una mesa, donde estaba sentado el Delfín.
A Garabato le sorprendió verlo allí, frente al Palacio de Gobierno.
Antes de empezar a platicar, le sirvieron una copa de vino rojo. Cuando vio la etiqueta adivinó que su anfitrión había pedido por la botella más cara de la bodega: un Chateau Mouton Rochschild del 82. Se dispuso a probarlo. Era un buen vino y frente a él tenía una vista Hermosa del zócalo, y estaba en compañía de la única persona en el país que le podía garantizar su seguridad, al menos mientras cenaban.
*
Cuando el general García entró a las oficinas del Secretario de Gobernación, sabía que se le había acabado la carrera. Tenía que informar de la desaparición y muerte de los tres colombianos; de que no tenía rastros del dinero del rescate, y que un comando había entrado a su cuartel del ejército, y raptado a dos prisioneros: uno de ellos amigo personal del Secretario. Mientras él estaba en un putero revolcándose con una menor de edad, como le gustaban. Menudo lío.
Entro el Secretario de Gobernación y se dirigió a su escritorio, sacó un papel de un folder y se lo entregó.
-Lo hice venir porque quería que Usted supiera de adonde viene la orden de refundirlo en la mierda…
Repórtese en Ciudad Juárez, ya estuvo allí por el asunto del Papa así que ya debe de saber que lo mandan al infierno… a pelear contra lo imposible….
-Pero señor secretario, deme la oportunidad de…
-Los militares están para recibir ordenes, general. Y Usted puso en tela de juicio las mías, por eso no lo quiero cerca de aquí.
-Siempre fui un militar honesto…
-Si no lo fuera, estaría con un tiro en la cabeza, su honestidad lo envía a Juárez, allí necesitan urgente gente honesta y héroes como Usted.
Buena suerte, y permítame hacerle una sugerencia: deje a sus tres hijas con su abuela… Ciudad Juárez no es una ciudad segura para tres adolescentes de la capital…
El general sintió que se le helaba la sangre, bajo la vista y se dispuso a salir de la habitación. De pronto sintió que había envejecido cien años en unos segundos.
*
Durante la comida habían platicado de tonterías, de sus gustos musicales, de los mejores antros de la ciudad, de fútbol y finalmente decidieron no hablar de religión ni de política, porque según el Delfín esos dos temas estaban ligados con el dinero, y hablar de dinero en la mesa no era de caballeros.
Mientras tomaban un café expreso y se fumaban unos Cohíbas cubanos, el Delfín sacó un sobre y lo deslizó por encima de la mesa.
-¿Qué es eso?- preguntó Garabato sin siquiera tocarlo.
-Usted cumplió con su parte del trato y allí está su paga por rescatar al muchacho.
-¿Paga Usted en cheques? Yo esperaba una maleta con efectivo –dijo bromeando.
-Allí tiene Usted un número de cuenta a su nombre, donde está depositado su dinero en Islas Caimán, le sugiero mantenerlo allí… Suiza ya no es confiable… Ahora que si está corto de efectivo yo puedo…
-No se moleste- dijo riendo- sólo bromeaba.
Y metió el sobre en el bolsillo.
-¿No va abrir el sobre para ver cuánto es la cantidad?
-Usted lo dijo hace un momento, contar o hablar de dinero en la mesa no es de caballeros.
-Me cae bien Garabato…
-Menos mal si no estaría dos metros bajo tierra…
El Delfín rió de la ocurrencia del detective, pero en el fondo sabía que era cierto.
-De su problema con los polis, ya está arreglado: encontraron que el teniente muerto estaba implicado en tráfico de drogas, y van a acallar todo el asunto. Y sobre los colombianos, pos se lo merecían por meterse en patio ajeno.
-También me acusaron de robarme el dinero del rescate…
-De eso no sé nada. Si los encuentra quédeselos, el pinche Juez Navarro estaba asegurado con una firma Inglesa contra secuestros, así que va a recuperar su billete. Y si no fuese así tiene harto dinero el viejete.
-Gracias- dijo Garabato que sentía que se había acabado la reunión.
-La deuda que tengo con Usted, no se paga sólo con dinero, si algún día está en apuros ya sabe donde encontrarme… Ahora uno de mis hombres lo va a llevar donde quiera…
Se pusieron de pie y Garabato extendió la mano, y el Delfín se acercó y le dio un abrazo…
-¡A chingao!, se me olvido lo de sus costillas rotas –dijo el Delfín.
-No es nada – contestó Pepe adolorido.
-Váyase a descansar, otro día lo invito a que nos vayamos a divertir por ahí…
Era lo único que le faltaba que algún periodista le sacara una foto con el hombre más buscado de México en un antro.
Ninguno de los dos sospechaban que en ese momento los estaban grabando por el circuito cerrado del hotel.
*
Garabato se la pasó todo el resto de la semana durmiendo y comiendo en su departamento. En su máquina contestadora había un recado del Secretario dándole las gracias, y otros dos del juez Navarro-Hurtado de que lo quería ver en cuanto tuviese tiempo.
Una noche Rolo pasó a visitarlo y le llevó un par de buenas botellas de tequila y decidieron no hablar mucho porque Garabato no estaba seguro que su departamento todavía estuviera pinchado con micrófonos diminutos por entre los libreros.
Quedaron en hablarse para dar una vuelta.
Garabato tenía todo lo que necesitaba: alcohol, menús de varios restaurantes para pedir que le llevaran la comida y un bonche de novelas policiales esperando por él encima de la mesa. Agarró el libro de “Irene” el primer volumen de la trilogía del Comandante Camille Verhoeven, del francés Pierre Lemaitre, esa noche no pudo dormir. Al día siguiente terminó con “Alex” y dejó para el viernes la de “Camille”, fue una maratón con el comandante enano y sus casos macabros.
Mientras comía una pizza hawaiana escuchó sobre la controversia de la despedida de Cuauhtémoc con el América. Una vez más su equipo se había pasado por el arco del triunfo, las reglas de la federación, y habían modificado a su antojo el registro y el número de la camiseta que se iba a poner.
Garabato después de lo que había vivido los últimos días no le sorprendía nada. Bueno si, lo cara-duras que podían ser algunos sujetos y andar por la vida como si nada.
El partido de las águilas y los tigres lo vio por la televisión, terminó encabronado, deprimido y borracho. Se fue a dormir vestido con la camiseta del América.
El domingo pidió comida china para ver la entrega del Oscar, donde dos mexicanos hicieron historia, y él sabía que González Iñárritu era americanista, lo había visto varias veces en el estadio, por lo menos un americanista había ganado algo ese fin de semana… un consuelo medio jalado de los pelos, pero lo puso de buenas.
Estaba aburrido de estar en el departamento, pero tenía una flojera enorme de salir a dar la vuelta, decidió revisar sus mails cuando tocaron a su puerta, cuando abrió pensó que estaba soñando…
(Continuará…)
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