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Foto: Wimbledon twitter |
Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo suelen considerarse cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida. Sin embargo, parece llegado el momento de añadir un ítem más a este refrán: ver jugar a Roger Federer en Wimbledon. Pocos espectáculos más sublimes puede haber que observar al suizo desplazarse con tanta elegancia sobre el tapete del All England Lawn Tennis Club. Un espectáculo para todos los públicos capaz de asombrar a todo aquel que aprecie la calidad.
Y es que el tenis alcanza un estatus superior en la raqueta del helvético. A sus 36 años, el helvético ha alcanzado una armonía interna solo comparable a la que transmite con el golpeo de su raqueta a la pelota. Roger escoge con precisión de escribano cuándo puede relajarse, cuándo ha de ponerse el mono de trabajo y qué debe hacer en cada instante. Para un superdotado tenístico como él, la capacidad de mover las piernas a la velocidad que sigue haciéndolo y de escoger el golpe oportuno en el momento preciso, le llevan a una categoría de semidios del deporte que parece difícilmente batible.
Se lo propuso un osado Jan-Lennard Struff, afanado por buscarle las cosquillas a Roger. Se encontró con un replicante perfecto, un jugador que daba respuesta a todas sus propuestas. El alemán intentó tomar la iniciativa en cada momento, desplazar a Federer por su lado de revés, asumir riesgos y buscar alternativas de ritmo con subidas a la red. Todo fue en vano. El mago desplegó toda la artillería de trucos para romper el servicio en el séptimo juego del primer set y poner tierra de por medio.
El desafío fue aún mayor en el segundo parcial, donde Struff encontró su mejor versión pero solo le valió para mantener su saque con comodidad hasta el 5-5, y ni siquiera hacer cosquillas al de Basilea. Decidió en el undécimo juego Federer que era el momento de desplegar todo su arsenal y ejecutó el break con una precisión simplemente inhumana. Ventaja adquirida en los primeros compases de la tercera manga y camino triunfal hacia unos octavos de final donde se enfrentará a Adrian Mannarino tras imponerse a Jan-Lennard Struff por 6-3 7-5 6-2 y sin ceder ni una sola pelota de break.
Una vez más, Roger Federer transmite la sensación de ganar cómo y cuándo quiere, una virtud difícilmente alcanzable para cualquier mortal, y menos en un deporte como el tenis. Su primera semana en Wimbledon 2018 invita a todos sus rivales a preocuparse mucho y acogerse a un milagro para poder vencerle. No hay ninguna señal que indique problemas serios de Federer si su rival no ostenta un aura competitiva similar a la suya. Y esos se cuentan con los dedos de una mano.
Fuente: Punto de break
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