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Foto: Roland Garros twitter |
Nunca asomó la condición de partidazo y eso siempre sería sinónimo de victoria por derribo en favor de Rafael Nadal. El español hizo de la ausencia de brillo en el partido su principal aval competitivo y maniató al austríaco Dominic Thiem (6-3 6-4 6-) en una semifinal que no tuvo contrastes y sí un aclarado, el del mejor jugador de la historia de la tierra batida, un hábitat para el que nació y en el que volverá a intentar una locura incluso en la imaginación: un jugador en concreto podría acumular diez torneos del mismo Grand Slam. Poco más que añadir.
Y en esta ocasión llegará a la final sin perder un solo set, compartiendo las sensaciones del resto de torneo, de nuevo con mucha comodidad, sin aparente dificultad ni compromiso en ningún momento o tramo de partido. Su figura, siempre que pisa esta superficie, adquiere una dimensión que puede ser entendida desde un determinado escenario en el que es primordial tener la sensación de que Nadal está siendo desbordado y, sobre todo, marcando el arranque en rojo: el inicio es la fuente de la credibilidad para quien quiera superar la prueba.
Y Thiem, que rompió el primer turno al saque de Rafa, lo dejó en espejismo, porque tras los primeros seis juegos, con cierta alternativa, vieron a Dominic algo descentrado, sin cuadrar bien su posición en pista por el lado del revés, un golpe que ante Nadal es más débil que otra cosa. El discípulo de Gunher Bresnik, necesitado de entrar dos de cada tres veces con su derecha, para generar un ritmo ofensivo propicio para producir tiros ganadores, cae en la tentación de aguantar el ritmo del intercambio, un terreno en el que Nadal, vivo de piernas y preciso con cada golpe, acompañados de un nivel de concentración adecuado, es la excelencia.
Con el primer set en el bolsillo, Nadal impone ese ritmo que entremezcla el desgaste físico, mental y táctico, donde nadie llega ni aguanta, y en el que incluso tomando buenas decisiones, abriendo ángulos, eligiendo jugadas correctas en orden y agresividad no son suficiente. Lo que sucede en los dos siguientes sets es la demostración de cómo Rafa absorbe mentalmente a sus rivales, que comienzan a forzar las cosas sin tener claro qué es lo correcto, qué tienen que probar para generar algún punto de inflexión.
Thiem, uno de los jugadores más capacitados para imponer un ritmo intenso y prolongado, tiene siempre un problema con el revés, que no sabe dónde pegar y cuya elección más retrasada no encuentra sensaciones ni ventajas porque Nadal puede entrar con su derecha invertida para desequilibrar. Es el triunfo eterno de un jugador que estando en disposición de jugar tan bien como se juega en arcilla, es la absoluta perfección, un reto himalayístico que genera mal de altura.
Así, Nadal jugará su décima final en Roland Garros, en busca de su décimo título, un hito para el que el tenis parece haberse preparado visto lo que durante tantos partidos se ha visto como normal. Rafa es un tenista que ha superado las propias expectativas de una superficie enormemente exigente. Nadal, sobre tierra batida, es más grande que el propio reto que supone jugar sobre arena.
Fuente: Punto de Break
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