“No se vayan a ofender…”



“No se vayan a ofender…”
Escribe el Gordo Cebollas.

A veces cuando yo digo groserías, pues lo digo porque me nace, no para ofender a nadie. En mi pueblo todos eran mal hablados: “Pásame esa chingadera”… “Ven acá cabrón!” ¿Qué pasó Guey? …y esas eran las más suaves…

Aunque tengo que admitir que mi madre que en paz descanse, era la eterna luchadora de la liga de la moral. Ella había escuchado al cura Benito que el diablo se metía a las casas con las malas palabras, y cuando estaba dentro provocaba la violencia y el crimen. 

Por eso creo que mi madre decidió no dejar entrar al demonio a su casa, y a cualquiera incluyendo mi padre y el abuelo, que dijera una grosería en la casa se quedaba sin cenar, o tenía que lavar los platos o limpiar la porquería de los animales. 

En la mesa mi madre controlaba el comportamiento y lenguaje de toda la familia como un perro vigilante en las puertas del cielo. Pero había otra regla: en la mesa no se hablaba de política, religión o fútbol.

Había una excepción a la regla, los días que jugaba el equipo de fútbol del abuelo (La Jaiba Brava del Tampico) y todos los hombres con cerveza en mano se reunían en el patio alrededor de una radio que se colocaba en el marco de una ventana, durante noventa minutos cada semana era permitido decir cualquier vulgaridad sin castigo. 

Ese día y a esa hora las mujeres de la casa estaban en el parque con los niños, o trabajando causas comunitarias en la parroquia del cura Benito.

Mi madre siempre decía: “Los hombres son como niños chiquitos, y cada cuanto hay que dejar que actúen como tal, sino se vuelven rejegos y mañosos”, esa era la razón de este tregua semanal, para que los hombres se desahogaran de todo lo que traían en la semana. 

Cuando regresaban las mujeres con los niños, los hombres lucían relajados, más dóciles, con sonrisas idiotas en sus rostros, causadas más por la cervezas que por el momento de relajo. 
Pero era un sistema que funcionaba a la perfección.

Años después mi padre me llevó por primera vez a un estadio de fútbol, uno de tercera división. Yo estaba admirado de ver tribunas de madera, y cientos de personas gritando porras a sus respectivos equipos. 

Mi padre me dijo: aquí puedes gritar lo que quieras, pero si lo repites en la calle o en la casa es “pecado mortal”. Más claro ni el agua. 

Yo aproveché un mal despeje de la defensa para gritarle tímidamente: ¡Pendejo! y voltee a ver a mi padre, que sonreía orgulloso… De aquí soy, pensé yo, y desde ese día acompañe religiosamente al fútbol a mi padre, sabiendo que me iba a divertir gritando tonterías durante noventa minutos. 

Recordando estos momentos, por supuesto la idea no era maltratar a nadie. Los insultos eran más para desahogar mis frustraciones, que para lastimar psicológicamente a un jugador… 

A la tribuna le encantaba escuchar los comentarios picantes e inteligentes de algún idiota y los festejaban casi como un gol de su equipo. Las carcajadas y los brindis eran un signo de aceptación y agradecimiento por un momento de risa idiota, nada más. Insisto las groserías eran en la gran mayoría de los casos palabras huecas, sin ninguna mala intención.

Tengo que confesar que las cosas han cambiado un poco desde aquellos tiempos, y cuando vi las primeras barras o porras al estilo argentino, me incomodaron un poco. Esos locos no paraban de gritar y brincar durante todo el juego, muchos de ellos no parecían estar interesados en el juego. Pero al final entendí que si se querían divertir así, era muy su problema, mientras no se pusieran violentos con los demás espectadores, podían hacer lo que quisieran. 

Luego ahora está la discusión de los gritos a los porteros rivales, cuando despejan la pelota y el estadio entero les grita: ¡PUTO! Al principio era gracioso, luego se volvió costumbre, y creo que lo que se grita desde la tribuna son palabras sin intención de lastimar, o sea no hay nada escondido detrás de la palabra.

Les voy a poner un ejemplo donde si la palabra tiene una carga emocional, para que se vea la diferencia: Juega la selección Mexicana, y va perdiendo en los últimos minutos del juego y el portero rival demora el juego. Allí si puedes darte cuenta como el “puto” de la tribuna tiene una intención profunda, pesada, cabrona, intensa y con mucha carga emocional. 

Pero no por eso el equipo contrario se ofende y sale del campo llorando por el insulto desde la tribuna. 

En el juego de regreso los americanos seguro nos pondrán a jugar en la nieve, con un estadio lleno de desadaptados gritando groserías en inglés. No pasa nada. 

Todos sabemos que es parte del juego. Así hay que dejar desahogarse a la gente que para eso va a los estadios, o prefiere usted que se sigan agarrando a balazos en la calle como en el viejo oeste. 

Habiendo dicho esto es mi obligación decir lo siguiente: el comportamiento que tenemos en los estadios, se debe de quedar allí. No se debe insultar, degradar, maltratar verbalmente y  menos físicamente a nadie por su color, religión o preferencia sexual. 

Y debemos de enseñar esto a nuestros hijos… 
¿Por qué lo digo? Porque como mexicano en los Estados Unidos he sido juzgado, maltratado e insultado numerosas veces solo por el color de piel, o mi acento al hablar y eso se siente de la chingada. 

Nosotros somos los primeros que no debemos discriminar a nadie. 
“No hagas con otros lo que no te gustaría que hagan contigo” decía mi madre, y ahora creo que es la única forma de corregir el maltrato a los otros.

Soy  testigo de primera mano de cómo discriminan a mis hermanos mexicanos, y a la gente de color en este país, y me duele. 

Si alguien se ofendió por mis gritos en el estadio, pido una disculpa y por eso explico mis razones de porque lo hice. Y después de pensar que mi diversión, puede causar malestar en otros: voy a tratar de no hacerlo más…

Pero si en una mala decisión arbitral se me sale un ¡Arbitro Puto! No lo digo para ofender a la comunidad gay, sino solo al puto arbitro…

¡No a la discriminación en el fútbol…!
¡No al racismo en el deporte…!
Enseñemos a nuestros hijos la tolerancia.


GC.

PD: Aquí en el estadio del Galaxy había un loco que se vestía como Darth Vader en los juegos, y les enseñó el grito de ¡PUTOS! A los güeros, que no lo entendían pero igual lo gritaban, sobre todo un grupito de irlandeses pedos. 

Luego se supo que el Vader ese, era el presidente de la comunidad gay de Van Nuys… Alguna vez le preguntamos si no le molestaba el grito, y nos contestó que no, que era puro despapaye… 
A propósito le manda saludos el Zapatos Blancos…

Finalmente yo propongo que cambiemos el grito por:  “CHANGO…” 
y si se enoja la Sociedad Protectora de Animales… pos que se chingue…

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