Escrito por Augustus Doors.
…Sonó el silbatazo inicial e inició el partido América vs Santos, al primer acercamiento de su equipo a la portería rival, Pepe volteó y localizó a los hombres del general que lo habían estado siguiendo desde que salió de su departamento. Se paró al bañó y uno de los hombres lo siguió y se quedó fuera. Regreso a su asiento y siguió pidiendo cervezas. A la cuarta vez que se paró, los hombres rieron y decidieron no seguirlo.
Diez minutos después, al ver que no regresaba lo fueron a buscar y no encontraron rastros de él en el estadio.
Pepe salió de estadio y tomó uno de los taxis que esperaban fuera, le pidió que lo llevara a la estación del metro Coyoacán. Allí subió al metro y recorrió dos estaciones, y luego tomó un camión rumbo al zócalo, en todo el trayecto se aseguró que no lo seguían.
Del zócalo caminó hasta el Sanborns de Azulejos y entró y pidió un café. En la mesa de la esquina vio que estaba su contacto esperándolo. Terminó su café y levantó la mano para pedir la cuenta. En ese momento el hombre de la esquina pasó frente a su mesa y salió del establecimiento. Pepe tardó unos minutos en pagar y salir rumbo a la esquina del Correo Central, allí lo esperaba el hombre en su coche con el motor encendido. No hablaron, Pepe pasó su bolsa al asiento de atrás donde un muchacho de poco más de quince años revisaba su contenido e iba tirando cosas por la ventana, luego le regresó la bolsa…
-Ya está segura…-replicó.
Dieron varias vueltas por el centro, sin apuro, respetando todas las reglas de tránsito, como si estuviesen de paseo admirando las bellezas del centro histórico. En realidad estaban asegurándose que no los seguían. Y lo más importante, estaban observando si los vigilantes estaban en sus lugares, creando un primer circulo de seguridad alrededor del detective.
Rolo que iba al volante se quedó conforme con lo que vio y por un segundo miró al detective mientras esperaba que le cambie la luz.
-Creo que es hora de ir al bunker…-dijo Garabato…
Rolo miró por el espejo retrovisor los ojos del muchacho sentado en el asiento trasero.
-Bájate y me llevas los encargos al hotel…
Sin decir una palabra el muchacho se bajó y pasó corriendo delante del coche en dirección a la plaza de Santo Domingo.
La luz cambió y a Pepe le pareció ver que el lustrabotas de la esquina saludaba a Rolo.
Garabato conoció a Rolo siete años antes en la cárcel, después de una redada de la policía en un antro de mala muerte, donde el detective había estado bebiendo. A Rolo lo agarraron con coca suficiente como para darle diez años de encierro. Pero el problema no era que fuese un traficante; era que la policía cuando recibía presiones no respetaba los tratos, aunque hubiese cobrado la protección por adelantado.
Los polis llegaron a la celda y eligieron al más joven, un chico de doce o trece años para preguntarle quién le daba las drogas.
-¡Tu madre!- respondió el chico.
Y como respuesta se llevó una paliza, todos eran testigos mudos de la injusticia hasta que Garabato les gritó:
-¡Ya basta, el muchacho ya aprendió su lección!
-¿Y cuál es esa lección?
-¡Que los putos policías no tienen palabra…!
Lo agarraron a garrotazo limpió hasta dejarlo inconsciente, mientras el chico lo miraba desde el piso agradecido. Más tarde se enteraría que el chico se llamaba Armando y era el hermano menor de Rolo, un delincuente que en pocos años se volvería una leyenda en los bajos fondos del Distrito Federal.
Garabato desde ese día sintió que la ciudad lo trataba de forma distinta, la calle le parecía menos agresiva, y no sabía porqué.
Luego comenzó a recibir llamadas encargándole casos de desapariciones de muchachos, investigaciones de robos en unos almacenes de Tepito, el rapto de una muchacha, además de sacar a un par de comerciantes de la cárcel.
Siempre lo contactaban con una llamada a su celular, siempre el pago en efectivo, hasta un día que recibió un encargo diferente, una señora le habló y pidió verlo. Era Doña Sara, la madre de Rolo y Armando, estaba muy angustiada porque sus dos hijos habían desaparecido y los rumores de la calle era que se los habían llevado los militares, eso significaba un viaje sin retorno.
Garabato movió todos sus contactos, para ese entonces había dado dos golpes mediáticos, bastante sonados en la prensa independiente, incluso la revista Proceso le dedicó un extenso reportaje después del rescate de la mujer de un empresario judío en Polanco. A él no le gustaba la prensa, pero tenía que aprovechar todo lo que estuviese en sus manos para encontrar a los dos muchachos.
No fue difícil. Llamó a un periodista y le dio el nombre de un par de oficiales de medio pelo que estaban abusando de su poder, y mencionó que estaba investigando de donde provenían las órdenes.
Un día después de la publicación en el periódico, los dos muchachos fueron encontrados en la vieja carretera del Ajusco, con un mensaje a Garabato que no buscara más ropa sucia.
Los dos chicos habían sido torturados, Rolo sobrevivió pero Armando murió tres días después en un hospital del seguro social.
Durante los funerales se sorprendió de ver a cientos de personas alrededor de la familia. Vio como la madre de Rolo le decía algo al oído, y enseguida el muchacho se acercó y le pidió a que lo ayudara a cargar el ataúd. Era una señal de respeto hacía él y les hacía saber a todos los presentes que el detective era parte de la familia, y desde ese momento tenía la bendición de Doña Sara.
Llegaron al Hotel Hidalgo, un lugar seguro en el centro de la ciudad, allí no entraba o salía nadie sin que Rolo se enterara.
Ese hotel lo había comprado el abuelo de Rolo y con eso había mantenido a su familia por años, hasta que llegó la devaluación de la moneda y el crimen a la zona. Pronto se convirtió en un edificio viejo y se llenó de delincuentes y putas.
Después del terremoto Doña Sara se hizo cargo del inmueble, y lo primero que hizo fue correr a todos los inquilinos. Si iba a tener delincuentes hospedados en su hotel, se aseguró de que todos trabajaran para su hijo. Así Rolo tenía un centro de operaciones en el corazón de la ciudad, sin que nadie lo notara.
En el hotel de la familia estaba el bunker, en una espaciosa habitación de lo que había sido en su buena época la suite más importante del inmueble. Tenía dos ambientes, el primero donde antes se encontraba una sala, ahora era un espacio lleno de monitores y computadoras; y otra habitación con la cama y al lado un enorme baño con tina. Y aunque por afuera parecía que las ventanas estaban cerradas, por dentro te podías dar cuenta que estaban tapiadas con ladrillo y cemento. Un auténtico bunker desde donde Garabato trabajaba tranquilo cuando tenía casos complicados o peligrosos.
Tocaron a la puerta y abrió Rolo. Era el chico del coche, que venía cargando un par de bolsas de mercado y un morral con objetos envueltos en playeras.
-¿Encontraste todo lo que te pedí?-preguntó Rolo.
El chico sonrió y comenzó a sacar cosas del morral.
-Dos celulares activados y con crédito, una Apple portátil, un disco duro, tres tarjetas de crédito y documentos de identidad, una fusca calibre 22 y una 45 con municiones. Dos paquetes de cigarros, unos condones, un tequila del bueno, un Squirt de litro… y Doña Sara les manda unas tortas de milanesa con queso y harto chile… ¿Faltó algo?
-¿Cómo te llamas?
El chico miró a Rolo antes de contestar.
-¡Dile! que no te dé pena…- dijo Rolo riendo.
-Me llamo Camote Señor…
-¿Es ese tu nombre?
-Si solo Camote…-replicó Rolo.
-Gracias… -Pepe sacó unos billetes y se los quiso dar.
-No es necesario- dijo el chico.
-Estate cerca… puede que te necesitemos… -ordenó Rolo.
-Si, Don Rolo- el Camote salió de la habitación…
-¿Camote?… ¿Don Rolo? que chingaos pasa… -dijo Pepe burlándose.
-Lo del Don… es invento de ellos, y yo creo que muestra respeto, así que no me molesta… Lo del nombre de Camote viene de su familia, su jefe tiene un carrito de camotes dulces con todo y silbato, con eso mantiene a la familia…
-Literalmente ya tienes tu camote…-bromeó Pepe.
-Así como lo ves, es un genio de las computadoras, cuando necesites algo solo tienes que dar un par de golpes a la pared, y el viene enseguida. Es mucho mejor hacker que tú…
Pepe revisó los teléfonos, encendió la portátil y miró el cargador de la pistola.
-Todo bien… gracias…
-¿Qué esperabas…? -dijo orgulloso el Rolo sacándose un bonche de billetes de la chamarra…
-Te puedo dejar veinte mil pesos, vas a necesitar efectivo…
-¿Me los anotas…?
-Todavía están los dólares que dejaste la última vez en la caja fuerte.
-¿Sabes algo de Elena?
-La vieron en el “Cielito Lindo”… ¿No me digas que sigues clavado?
Pepe ignoró la pregunta y se guardó el efectivo y las tarjetas de crédito.
-Necesito un favor más…
-Tú dirás…
-Necesito que mandes orejas a Tepito y a la Colonia Obrera… cualquier cosa rara me avisas…
-¿Qué estamos buscando?.
-Un muchacho que recogieron del Azteca el domingo pasado… y gracias otra vez…
-Para eso están los amigos…
El Rolo le dio un abrazó y salió de la habitación. Pepe lo sintió alejarse por el pasillo.
Observó la habitación, conectó un monitor y prendió una computadora. Se encontró con un control encima de la mesa y prendió una televisión de sesenta y cinco pulgadas que estaba colgada en la pared. Y vio que tenía cable con toda la programación abierta. Ni en su casa tenía ese lujo. Puso la repetición del juego del América con el Santos, mientras seguía conectando los aparatos…
El capitán Moreno entró a la oficina del general García, y al solo ver su rostro supo que se iba a ser un día difícil.
-¡¿Qué mierda están haciendo capitán?!
-Lo siento Señor…
-¡Lo siento… lo siento! ¿No está viendo el problema que tenemos? El secretario contrata a un detective privado. La suprema corte no confía en nosotros. El Presidente ahora le habla a la marina cada vez que hay una operación importante. Y Usted con toda la inteligencia del ejército no pueden seguirle los pasos a un idiota como Garabato… ¡¿Qué carajos está pasando?! ¡¿Todos esos hombres y millones de pesos no sirven para nada?! … !Lárguese de aquí y quiero respuestas de inmediato! ¡Sino lo voy a mandar a un destacamento en la selva de Guerrero! ¡Largo de aquí!
-Si señor, con permiso señor.
El capitán Moreno salió de la habitación y sintió como el general lanzaba un objeto pesado a la puerta que acababa de cerrar.
Garabato golpeó la pared dos veces, y cuando lo iba a hacer otra vez, tocaron a la puerta.
-Pase –dijo.
Camote asomó la cabeza.
-Mande Usted.
-Llámame Pepe
-Si señor Pepe, ¿qué necesita…?
-Necesito abrir mi cuenta de correo, pero no quiero que me rastreen la conexión…
-Eso es sencillo –dijo mientras caminaba a la computadora- Lo que hay que hacer es programar un infinito de rebotes, con ecos para que el rastro se pierda. Usted solo va a tener unos segundos de tardanza, pero si alguien lo quiere rastrear tardaría unos diez años en encontrarlo.
-Es bueno saberlo. ¿Cuánto vas a tardar?
-Una hora cuando mucho… - se puso a trabajar enseguida.
Pepe se sentó en la mesa de al lado y abrió la bolsa con las tortas de milanesa.
-¿Quieres una?
Vio que el camote dudó en contestar.
-Aquí hay cuatro y yo voy a comer una…
-Está bien, pero primero dejé y termino. No quiero llenar de grasa el teclado.
Garabato sonrió con el comentario, era un chico duro por haber crecido en la calle y estar acostumbrado a los golpes, pero era noble. Rolo había tenido buen ojo al elegirlo.
Pepe se sirvió un Squirt con tequila y empezó a comer mientras seguía viendo la repetición del juego del América- Santos por la televisión...
El hijo del juez estaba echado sobre un colchón en el piso, en un cuarto obscuro y húmedo, amarrado de pies y manos. Escuchando una la radio a lo lejos con la música de Margarita, la diosa de la cumbia. Sabía que en el otro cuarto había por lo menos dos mujeres que no paraban de discutir, pero no les entendía lo que decían.
Estaba herido de una pierna, lo habían vendado y dejado de sangrar. Tal vez era solo un rozón, pero le dolía. La verdad todo el cuerpo lo tenía adolorido.
Pensaba que su padre pronto lo sacaría de allí. Estos hijos de puta no sabían con quién se habían metido.
En eso estaba equivocado, sus captores estaban enterados de quien era, de los contactos de su padre, y de la fortuna de la familia.
Los secuestradores habían pedido tres millones, pero la verdadera razón era una venganza personal.
Él no sabía que tenía las horas contadas…
-Goooool -gritó Pepe…
-Pinche América, la otra jugada era penal y el arbitro no la quiso ver. Y ahora en lugar de un empate, ganan dos cero…no es justo… -dijo Camote viendo la repetición.
-La vida no es justa- dijo Pepe.
El chico volteó a verlo con coraje.
-Eso lo tengo muy claro…
-Perdón no quería molestarte.
-¿Por qué le vas a ese equipo tan chafa?- dijo Camote con ganas de molestarlo.
-¿Y tú a quién le vas?
-¿A quién crees?… pos al Puebla guey… los camoteros… ¿No se le hace agua la boca?
-No seas llevado.
-Perdón – se disculpó el chico, y luego la computadora hizo un sonidito electrónico.
-¡Ya está! -dijo Camote.
-¿Seguro?
-¡Absolutamente!. Si quiere entramos a Banamex y nos chingamos una lanita.
-Ahora no… –contestó Garabato sonriendo.
-Tiene más de treinta rebotes y muchas trampas, incluyendo un par de virus alrededor de su conexión. Imposible de que le lleguen…
-Gracias…
-¿Ahora me puedo comer la torta?
- Y allí tienes unos refrescos…
El Camote comía como si no hubiese comido en una semana, mientras observaba a Pepe trabajando en la computadora.
-Ya veo que no es tan pendejo- le dijo Camote.
-Viniendo de ti, lo voy a tomar como un cumplido –dijo sonriendo y siguió trabajando…
En la casa de Juez sonó el teléfono.
-¿Bueno? –contestó el juez.
-Escuche bien lo que le voy a decir. Usted llama a las autoridades y su hijo se muere. Tiene veinticuatro horas para juntar tres millones de dólares… y mañana a esta hora espera noticias de nosotros en el cibercafé “El Domo” en la Condesa… ¿Escuchó?
-Quiero hablar con mi hijo…
-Si lo quiere vivo haga lo que le ordenamos. –y colgaron.
La llamada fue grabada por el servicio de inteligencia del ejército, pero no pudieron localizar su origen. El general García pidió que le mandaran la grabación sin editar al buzón de Garabato.
Lo que no sabía el general, es que Garabato ya se había metido en las computadoras y el teléfono de la casa del juez, y en ese preciso momento veía y escuchaba todo lo que ocurría en la habitación.
El Camote cambió de canal y encontró al Ruso Brailovsky discutiendo con André Marín en el programa de “La última palabra” de Fox deportes.
-¿Ganó el América o no? -decía Brailovsky
-¡Fantástico! ¡Inmejorable! ¡Viva Nacho! Cambian de uniforme, de bancas y los ayuda el arbitraje…
Todo es perfecto… ¿No?
-¡Escucha! -dijo el Camote burlón- le están hablando mal de tu equipo…
-Ya cambia esa porquería -contestó Pepe…
-Si el fútbol no es tan difícil… Ruso… Son once contra once y el arquero mete las manos… -siguió burlándose Marín.
-La vida de ese cabrón tampoco debe de ser tan difícil, solo tiene que hablar del América y por eso cobra… hijo de …
Camote lo vio enojado y cambió de canal encontrando un programa del Chavo del Ocho, al poco rato se reía como un niño chiquito de las ocurrencias de Kiko y la Chilindrina… Pepe volteó a ver al chico, y pensó que después de todo Camote era solo un niño como muchos que se habían vuelto duros solo para sobrevivir.
Entró un mensaje al correo de la computadora…
Era un mensaje de Rolo, había encontrado la primera pista…
Mientras el juez llamaba a sus amigos banqueros para que le facilitaran los tres millones de dólares; el general García coordinaba con sus hombres la vigilancia del cibercafé, los accesos y salidas de toda el área. La Condesa era una zona complicada por la cantidad de restaurantes, bares y cafés, y además había tráfico durante todo el día. Doce horas antes de la cita, todo estaba listo para seguir a los secuestradores y darles caza.
El Juez le pidió al general no hacer ninguna detención o provocar ningún enfrentamiento antes de haber recuperado a su hijo.
Todos los involucrados sabían que era una operación de alto riesgo y eran observados por el mismísimo Presidente, y eso tenía a todos nerviosos.
Garabato pasó el tiempo investigando, lejos de los militares y sin comunicación con el juez. Había varias cosas que no cuadraban en su cabeza: Primero porque realizar un secuestro en el estadio, un lugar tan complicado por la seguridad. Lo podían haber realizado en cualquier otro lugar con mucho menos peligro.
Lo segundo que era incomprensible era como los secuestradores daban la dirección del sitio del cibercafé un día antes del encuentro.
Eso sin dudas era una trampa. Lo que no entendía, era como el general no parecía haberse dado cuenta.
La Ciudad de México desde hacía tiempo había convertido el secuestro en un negocio millonario para el crimen organizado. Las autoridades solo resolvían el tres por ciento de los casos, eso significaba un noventa y siete por ciento de posibilidades de éxito para los delincuentes, cualquier imbécil apostaría con esos dígitos. Además desaparecer un secuestrado entre veinte millones de habitantes era un juego de niños. Una verdadera mina de oro.
Garabato sabía que estaban activas por lo menos setenta casas de seguridad, muchas de ellas con rehenes confirmados. En las últimas doce horas se habían encontrado diecinueve cuerpos en calles y carreteras alrededor de la ciudad, ninguno de los cadáveres respondía a las características y edad del hijo del juez.
Algo más le molestaba a Garabato. Los delincuentes sabían que si no querían problemas, había que seguir una regla básica: no matar policías , ni miembros del ejército. Y esa misma regla aplicaba para políticos importantes y sus familias.
El hijo de un juez presidente de la suprema corte, no era una movida inteligente y menos si le ocurría algo al muchacho, porque se desatarían represalias brutales, redadas y mano dura. Todos sabían que eso era perjudicial para los negocios.
Había otra posibilidad… que el juez hubiese tomado alguna decisión que haya afectado a alguien, y fuese una venganza personal… y eso significaba que en cuanto recibieran el dinero, la vida del muchacho no valía nada.
Garabato regresó a la computadora y comenzó a revisar las últimas decisiones de la suprema corte, y en cuales había sido decisivo el voto del Juez Navarro Hurtado.
Rolo le avisaron que había gente rara en el “Molino Rojo” y fue a verlos personalmente. Llegó a la barra y ordenó un tequila doble en un vaso de coñac, mientras veía cómo trabajaba su gente.
Uno de sus muchachos lo vio y se acercó a la barra.
-Buenas noches patrón –dijo el flaco.
-¿Cómo vas flaco?
-Mal patrón todo muy lento…
-¿Lento? Yo veo mucho movimiento y en cantinero no para de servir tragos…
-Si pero la gente no está consumiendo nada de producto…
-Ve al baño y entérate que pasa…
El flaco salió rumbo al baño, mientras Rolo observaba las mesas, vio dos de ellas con botellas caras, y rodeados de viejas. La primera eran jefes de la judicial federal, los conocía bien, cuatro cabrones de cuidado. En la otra mesa habían tres chavos un poco mayores que él, y cuando se acercó la mesera se movieron los hombres de las mesas de alrededor. Sus hombres de seguridad. No los conocía.
Se volteó para hablar con el cantinero.
-Paco. ¿Quiénes son esos cabrones…?
-No sé pero chupan caro, y las muchachas van por la cuarta botella de champaña…
Se acercó la mesera, dejó la bandeja en la barra y le pidió al cantinero:
-Paco… quieren otra etiqueta azul y servicio con una cubeta de hielos…
-Vienen cargados de billete esos locos… -afirmó Rolo.
-Cargados de billete, de coca y de pistolas, no te vayas a acercar…-le advirtió la mesera guiñándole el ojo.
-¿Los conoces? -preguntó Rolo.
-No, es la primera ves que vienen, y tienen acento raro.
-¿De la provincia?
-No, esos no son mexicanos…
Rolo llamó al flaco y le dio órdenes de no mover producto, y de seguir a esos hombres, sin que se dieran cuenta. No le gustaba la idea de que vengan de otros lados con su propia coca a divertirse en sus territorios…
Le pidió al cantinero enviar una botella del mejor brandy a los federales, y después de saludarles de lejos salió del antro, tenía que ir a un par de lugares antes de regresar al bunker.
Eran altas horas de la madrugada y en la casa de Juez Navarro Hurtado había mucho movimiento. Minutos antes había entrado dos hombres con cuatro bolsas de cuero con los tres millones de dólares solicitados.
El juez abrió una de las maletas y revisó en contenido.
-¿Está todo el dinero?
-Si señor Juez, en billetes de cien sin marcar, como los pidió.
-Dale las gracias a Alexander, dile que le hablo luego.
-¿No necesita protección de nuestra seguridad señor?
-No gracias, como se dará cuenta, ya hay mucha gente y no quiero correr más riesgos…
-Como Usted diga señor juez. Buenas noches.
-Buenas noches Beto, otra vez gracias.
Los dos hombres salieron ahora sin las bolsas de la casa.
-No puede pagar sin que le den una prueba de que su hijo está vivo -dijo el general -Y permita que uno de mis hombres lleve el dinero.
-No quiero correr ningún riesgo…
-Perdón señor juez, pero se esta poniendo en riesgo, si le pasa a Usted algo…
-La vida de mi hijo está en peligro, yo asumo las responsabilidad…
-Espero que tenga razón…
-Voy a descansar que mañana será un día largo…- el juez subió las escaleras rumbo a su habitación.
Los secuestradores que vigilaban la casa del juez desde lejos sabían que el dinero había llegado, que el ejército y la inteligencia del Estado estaban trabajando para resolver el caso. Tenían todo previsto, ahora solo les quedaba esperar y hacer que cometieran el primer error.
Eso también lo tenían planeado.
Garabato imprimió unos documentos, cuando estaba cansado prefería leer los datos en papel y hacer anotaciones.
El juez Navarro Hurtado había participado en varios casos importantes en los últimos seis meses. Pero dos de los casos llamaron su atención: el primero el de la extradición a Los Estados Unidos de dos narcotraficantes colombianos. Y el segundo el haber autorizado directamente de un par de operaciones de federales y el ejército, que habían terminado con la captura de varios hombres importantes del cártel de Sinaloa.
El juez había tenido la habilidad de ganarse enemigos de alto calibre en los últimos meses, por menos de eso le habían volado la cabeza a varios políticos.
Garabato comenzaba a preocuparse.
Dos horas antes del encuentro en el cibercafé, el juez Navarro ya estaba listo y en la puerta de su casa. Sudaba como si estuviese en Acapulco y se sentía muy incómodo con el chaleco antibalas que le habían obligado a ponerse.
Subió a su camioneta Lexus LX negra y se dirigió a la Condesa.
Una hora treinta y cinco minutos después estaba sentado en el café con las bolsas a sus pies y tratando de calmarse un poco.
Pidió una Coca Cola con hielos y observó a los que en ese momento estaban en el cibercafé. Muchos jóvenes concentrados en sus pantallas, un grupito de niñas fresas, una parejita que se miraban sin decir palabra. De pronto llegó el organillero y giró la manivela haciendo sonar una melodía vieja y desentonada, mientras su compañero pasaba por las mesas pidiendo dinero.
Dos horas después, no había llegado nadie. No había hablado nadie.
Pidió su coche al valet parking y regresó a su casa con miedo de encontrarse con una mala noticia.
Garabato se había encontrado dentro del Palacio de Bellas Artes con Arnulfo Franco, un viejo periodista de nota roja que colaboraba con la Prensa, el Reforma y el Alarma con tres diferentes seudónimos. Puso un sobre con cinco mil pesos en un periódico y se lo dio mientras caminaban observando los murales de Tamayo en la galería. Observaron que estaban solos y platicaron un largo rato, hasta que llegaron un grupo de turistas. Pepe obtuvo la información que necesitaba sobre su cliente, estaba seguro que el juez Navarro tenía un punto débil y ya lo había encontrado.
El viejo salió primero rumbo al metro y minutos después Garabato salía rumbo a la cantina “La Ópera” a dos cuadras del Palacio de Bellas Artes.
El capitán de meseros de la cantina lo saludó amablemente y lo llevó a una mesa apartada, y le sirvió un tequila con sangrita y le trajo unos tacos de guisado. Al poco rato llegó Rolo y se dirigió a la mesa. El capitán le llevó una cuba de anejo y un chicharrón en salsa verde con tortillas de maíz. Siempre pedían lo mismo.
Se pusieron al corriente de las novedades y mientras comían.
Garabato pidió otro caballito y se paró al baño. Cuando se estaba lavando las manos entró un hombre y le puso seguro a la puerta.
-El Delfín lo manda saludar…
-Gracias-replicó Garabato mientras se secaba las manos.
-El patrón está impaciente… por lo de su asunto.
Pepe no sabía qué tan enterado estaba aquel hombre así que decidió irse con cuidado.
-Dígale que todo va según lo planeado, que me comunico pronto.
El detective caminó hacia la puerta y el hombre no se movió.
-El patrón le envía esto- le pasó un sobre con dinero, que Pepe lo puso en el interior de su saco sin mirar.
-Gracias- dijo, mientras el hombre se hacía a un lado.
Garabato se sentó a la mesa, y el hombre del baño pasó a su lado y salió de la cantina.
-¿Todo bien? -preguntó Rolo
-Nada como una buena meada -contestó el detective, mientras pedía de poste un dulce de membrillo con queso.
Terminaron de comer y salieron rumbo al bunker.
Mientras Rolo manejaba y daba un par de vueltas antes de dirigirse a su destino, Pepe leía las noticias del América en el “Esto”, la sección deportiva del Reforma y el “AS”, todos reproducían una declaración de Reynoso el entrenador del Veracruz que decía que si el quisiera ser entrenador del América sólo tendría que marcarle a Emilito, el dueño del equipo. El ambiente de tensión rondaba todos los juegos del club de Coapa, con la guillotina lista para cortar cabezas de jugadores, técnico o ejecutivos.
El siguiente juego era el viernes en Veracruz, Pepe pensó que si no estuviera ocupado, le hubiese gustado viajar al puerto a ver el partido y disfrutar del carnaval.
Luego vio una bandera con el escudo Vaticano colgada en un poste del Eje Central y se quedó helado. Se le había olvidado por completo que el Papa llegaba el viernes por la noche a México, ese era el momento perfecto para cometer cualquier delito. Todas las fuerzas del Estado iban a estar atentas a la seguridad del príncipe de la iglesia e iban a descuidar la ciudad.
Garabato sintió agruras.
-Vamos al Bunker… ¡Rápido! -le ordenó a Rolo que aceleró el automóvil pasándose una luz roja.
Los siguientes días el silencio de los secuestradores provocó preocupación.
El juez no había recibido ninguna llamada de los secuestradores y comenzaba a temer lo peor. Por medio de abogados amigos suyos, intentó averiguar alguna información sobre el paradero de su hijo, en la cárcel del Altiplano.
Nadie quería hablar y eso era una mala señal.
El general García había detenido a media docena de sospechosos; pero había tenido que dejar a un lado la investigación, porque el jueves por la noche le llegó un mensaje urgente del oficial a cargo de la CIA en la ciudad de México, que afirmaba tener una información corroborada por dos fuentes, de que había movimientos inusuales en el Paso y Ciudad Juárez, y le advertían ponerse en máxima alerta durante la visita papal a esa ciudad.
El general decidió trabajar desde sus oficinas y dejó dos oficiales a cargo en la casa del juez, con la orden de que le avisaran cualquier novedad.
El viernes por la noche el América empató con el Veracruz: uno a uno.
Mientras en la ciudad de México estaba paralizada con la llegada del santo padre al hangar presidencial del aeropuerto Benito Juárez.
En esos momentos los noticieros repetían la imagen del presidente y la primera dama esperando al pie de la escalera del avión papal, mientras el mariachi tocaba el cielito lindo, y miles de mexicanos saludaban desde la tribuna con pañuelos amarillos la llegada del papa.
En la casa del Juez Navarro-Hurtado sonó el teléfono.
Eran los secuestradores:
-Tiene treinta minutos para llegar a la entrada norte de Plaza Antara y espere allí... si alguien lo sigue, matamos a su hijo. -y colgaron la comunicación.
El juez salió de su casa con las bolsas de dinero en la cajuela, sin decirle a nadie.
Del otro lado de la ciudad Garabato, Rolo y el Camote habían escuchado la conversación. Pepe agarró su arma y jaló una chamarra.
-Trata de colgarte de su celular y avísanos si alguien se comunica con el juez- le dijo al Camote antes de salir.
Rolo y Pepe bajaron las escaleras corriendo en dirección al coche. Los dos sabían que del centro de la ciudad hasta Plaza Antara en Polanco, no iban a llegar en media hora, y menos con los cortes de vialidad por la visita del papa.
Pepe manejaba, mientras Rolo trataba de localizar alguno de sus contactos en la zona. Tenía suerte de que algunos de los comerciantes amigos de su madre vivían ahora en la Nueva Polanco.
Garabato manejaba a toda velocidad mientras pensaba en todas las cosas que estaban fuera de su control: no sabía a ciencia cierta el motivo del secuestro, los involucrados en esta historia eran peces grandes… y lo peor que le podía ocurrir era que algún idiota hubiera iniciado todo eso sin medir las consecuencias…
El detective mientras apretaba el acelerador, no tenía ni idea en el infierno que se iba a meter en los siguientes días…
-Parece que a la llegada del Papa se soltaron los demonios- dijo Rolo mientras revisaba su arma.
-Dios quiera que no- contestó Garabato…
(Continuará…)
Diez minutos después, al ver que no regresaba lo fueron a buscar y no encontraron rastros de él en el estadio.
Pepe salió de estadio y tomó uno de los taxis que esperaban fuera, le pidió que lo llevara a la estación del metro Coyoacán. Allí subió al metro y recorrió dos estaciones, y luego tomó un camión rumbo al zócalo, en todo el trayecto se aseguró que no lo seguían.
Del zócalo caminó hasta el Sanborns de Azulejos y entró y pidió un café. En la mesa de la esquina vio que estaba su contacto esperándolo. Terminó su café y levantó la mano para pedir la cuenta. En ese momento el hombre de la esquina pasó frente a su mesa y salió del establecimiento. Pepe tardó unos minutos en pagar y salir rumbo a la esquina del Correo Central, allí lo esperaba el hombre en su coche con el motor encendido. No hablaron, Pepe pasó su bolsa al asiento de atrás donde un muchacho de poco más de quince años revisaba su contenido e iba tirando cosas por la ventana, luego le regresó la bolsa…
-Ya está segura…-replicó.
Dieron varias vueltas por el centro, sin apuro, respetando todas las reglas de tránsito, como si estuviesen de paseo admirando las bellezas del centro histórico. En realidad estaban asegurándose que no los seguían. Y lo más importante, estaban observando si los vigilantes estaban en sus lugares, creando un primer circulo de seguridad alrededor del detective.
Rolo que iba al volante se quedó conforme con lo que vio y por un segundo miró al detective mientras esperaba que le cambie la luz.
-Creo que es hora de ir al bunker…-dijo Garabato…
Rolo miró por el espejo retrovisor los ojos del muchacho sentado en el asiento trasero.
-Bájate y me llevas los encargos al hotel…
Sin decir una palabra el muchacho se bajó y pasó corriendo delante del coche en dirección a la plaza de Santo Domingo.
La luz cambió y a Pepe le pareció ver que el lustrabotas de la esquina saludaba a Rolo.
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Garabato conoció a Rolo siete años antes en la cárcel, después de una redada de la policía en un antro de mala muerte, donde el detective había estado bebiendo. A Rolo lo agarraron con coca suficiente como para darle diez años de encierro. Pero el problema no era que fuese un traficante; era que la policía cuando recibía presiones no respetaba los tratos, aunque hubiese cobrado la protección por adelantado.
Los polis llegaron a la celda y eligieron al más joven, un chico de doce o trece años para preguntarle quién le daba las drogas.
-¡Tu madre!- respondió el chico.
Y como respuesta se llevó una paliza, todos eran testigos mudos de la injusticia hasta que Garabato les gritó:
-¡Ya basta, el muchacho ya aprendió su lección!
-¿Y cuál es esa lección?
-¡Que los putos policías no tienen palabra…!
Lo agarraron a garrotazo limpió hasta dejarlo inconsciente, mientras el chico lo miraba desde el piso agradecido. Más tarde se enteraría que el chico se llamaba Armando y era el hermano menor de Rolo, un delincuente que en pocos años se volvería una leyenda en los bajos fondos del Distrito Federal.
Garabato desde ese día sintió que la ciudad lo trataba de forma distinta, la calle le parecía menos agresiva, y no sabía porqué.
Luego comenzó a recibir llamadas encargándole casos de desapariciones de muchachos, investigaciones de robos en unos almacenes de Tepito, el rapto de una muchacha, además de sacar a un par de comerciantes de la cárcel.
Siempre lo contactaban con una llamada a su celular, siempre el pago en efectivo, hasta un día que recibió un encargo diferente, una señora le habló y pidió verlo. Era Doña Sara, la madre de Rolo y Armando, estaba muy angustiada porque sus dos hijos habían desaparecido y los rumores de la calle era que se los habían llevado los militares, eso significaba un viaje sin retorno.
Garabato movió todos sus contactos, para ese entonces había dado dos golpes mediáticos, bastante sonados en la prensa independiente, incluso la revista Proceso le dedicó un extenso reportaje después del rescate de la mujer de un empresario judío en Polanco. A él no le gustaba la prensa, pero tenía que aprovechar todo lo que estuviese en sus manos para encontrar a los dos muchachos.
No fue difícil. Llamó a un periodista y le dio el nombre de un par de oficiales de medio pelo que estaban abusando de su poder, y mencionó que estaba investigando de donde provenían las órdenes.
Un día después de la publicación en el periódico, los dos muchachos fueron encontrados en la vieja carretera del Ajusco, con un mensaje a Garabato que no buscara más ropa sucia.
Los dos chicos habían sido torturados, Rolo sobrevivió pero Armando murió tres días después en un hospital del seguro social.
Durante los funerales se sorprendió de ver a cientos de personas alrededor de la familia. Vio como la madre de Rolo le decía algo al oído, y enseguida el muchacho se acercó y le pidió a que lo ayudara a cargar el ataúd. Era una señal de respeto hacía él y les hacía saber a todos los presentes que el detective era parte de la familia, y desde ese momento tenía la bendición de Doña Sara.
*
Llegaron al Hotel Hidalgo, un lugar seguro en el centro de la ciudad, allí no entraba o salía nadie sin que Rolo se enterara.
Ese hotel lo había comprado el abuelo de Rolo y con eso había mantenido a su familia por años, hasta que llegó la devaluación de la moneda y el crimen a la zona. Pronto se convirtió en un edificio viejo y se llenó de delincuentes y putas.
Después del terremoto Doña Sara se hizo cargo del inmueble, y lo primero que hizo fue correr a todos los inquilinos. Si iba a tener delincuentes hospedados en su hotel, se aseguró de que todos trabajaran para su hijo. Así Rolo tenía un centro de operaciones en el corazón de la ciudad, sin que nadie lo notara.
En el hotel de la familia estaba el bunker, en una espaciosa habitación de lo que había sido en su buena época la suite más importante del inmueble. Tenía dos ambientes, el primero donde antes se encontraba una sala, ahora era un espacio lleno de monitores y computadoras; y otra habitación con la cama y al lado un enorme baño con tina. Y aunque por afuera parecía que las ventanas estaban cerradas, por dentro te podías dar cuenta que estaban tapiadas con ladrillo y cemento. Un auténtico bunker desde donde Garabato trabajaba tranquilo cuando tenía casos complicados o peligrosos.
Tocaron a la puerta y abrió Rolo. Era el chico del coche, que venía cargando un par de bolsas de mercado y un morral con objetos envueltos en playeras.
-¿Encontraste todo lo que te pedí?-preguntó Rolo.
El chico sonrió y comenzó a sacar cosas del morral.
-Dos celulares activados y con crédito, una Apple portátil, un disco duro, tres tarjetas de crédito y documentos de identidad, una fusca calibre 22 y una 45 con municiones. Dos paquetes de cigarros, unos condones, un tequila del bueno, un Squirt de litro… y Doña Sara les manda unas tortas de milanesa con queso y harto chile… ¿Faltó algo?
-¿Cómo te llamas?
El chico miró a Rolo antes de contestar.
-¡Dile! que no te dé pena…- dijo Rolo riendo.
-Me llamo Camote Señor…
-¿Es ese tu nombre?
-Si solo Camote…-replicó Rolo.
-Gracias… -Pepe sacó unos billetes y se los quiso dar.
-No es necesario- dijo el chico.
-Estate cerca… puede que te necesitemos… -ordenó Rolo.
-Si, Don Rolo- el Camote salió de la habitación…
-¿Camote?… ¿Don Rolo? que chingaos pasa… -dijo Pepe burlándose.
-Lo del Don… es invento de ellos, y yo creo que muestra respeto, así que no me molesta… Lo del nombre de Camote viene de su familia, su jefe tiene un carrito de camotes dulces con todo y silbato, con eso mantiene a la familia…
-Literalmente ya tienes tu camote…-bromeó Pepe.
-Así como lo ves, es un genio de las computadoras, cuando necesites algo solo tienes que dar un par de golpes a la pared, y el viene enseguida. Es mucho mejor hacker que tú…
Pepe revisó los teléfonos, encendió la portátil y miró el cargador de la pistola.
-Todo bien… gracias…
-¿Qué esperabas…? -dijo orgulloso el Rolo sacándose un bonche de billetes de la chamarra…
-Te puedo dejar veinte mil pesos, vas a necesitar efectivo…
-¿Me los anotas…?
-Todavía están los dólares que dejaste la última vez en la caja fuerte.
-¿Sabes algo de Elena?
-La vieron en el “Cielito Lindo”… ¿No me digas que sigues clavado?
Pepe ignoró la pregunta y se guardó el efectivo y las tarjetas de crédito.
-Necesito un favor más…
-Tú dirás…
-Necesito que mandes orejas a Tepito y a la Colonia Obrera… cualquier cosa rara me avisas…
-¿Qué estamos buscando?.
-Un muchacho que recogieron del Azteca el domingo pasado… y gracias otra vez…
-Para eso están los amigos…
El Rolo le dio un abrazó y salió de la habitación. Pepe lo sintió alejarse por el pasillo.
Observó la habitación, conectó un monitor y prendió una computadora. Se encontró con un control encima de la mesa y prendió una televisión de sesenta y cinco pulgadas que estaba colgada en la pared. Y vio que tenía cable con toda la programación abierta. Ni en su casa tenía ese lujo. Puso la repetición del juego del América con el Santos, mientras seguía conectando los aparatos…
*
El capitán Moreno entró a la oficina del general García, y al solo ver su rostro supo que se iba a ser un día difícil.
-¡¿Qué mierda están haciendo capitán?!
-Lo siento Señor…
-¡Lo siento… lo siento! ¿No está viendo el problema que tenemos? El secretario contrata a un detective privado. La suprema corte no confía en nosotros. El Presidente ahora le habla a la marina cada vez que hay una operación importante. Y Usted con toda la inteligencia del ejército no pueden seguirle los pasos a un idiota como Garabato… ¡¿Qué carajos está pasando?! ¡¿Todos esos hombres y millones de pesos no sirven para nada?! … !Lárguese de aquí y quiero respuestas de inmediato! ¡Sino lo voy a mandar a un destacamento en la selva de Guerrero! ¡Largo de aquí!
-Si señor, con permiso señor.
El capitán Moreno salió de la habitación y sintió como el general lanzaba un objeto pesado a la puerta que acababa de cerrar.
*
Garabato golpeó la pared dos veces, y cuando lo iba a hacer otra vez, tocaron a la puerta.
-Pase –dijo.
Camote asomó la cabeza.
-Mande Usted.
-Llámame Pepe
-Si señor Pepe, ¿qué necesita…?
-Necesito abrir mi cuenta de correo, pero no quiero que me rastreen la conexión…
-Eso es sencillo –dijo mientras caminaba a la computadora- Lo que hay que hacer es programar un infinito de rebotes, con ecos para que el rastro se pierda. Usted solo va a tener unos segundos de tardanza, pero si alguien lo quiere rastrear tardaría unos diez años en encontrarlo.
-Es bueno saberlo. ¿Cuánto vas a tardar?
-Una hora cuando mucho… - se puso a trabajar enseguida.
Pepe se sentó en la mesa de al lado y abrió la bolsa con las tortas de milanesa.
-¿Quieres una?
Vio que el camote dudó en contestar.
-Aquí hay cuatro y yo voy a comer una…
-Está bien, pero primero dejé y termino. No quiero llenar de grasa el teclado.
Garabato sonrió con el comentario, era un chico duro por haber crecido en la calle y estar acostumbrado a los golpes, pero era noble. Rolo había tenido buen ojo al elegirlo.
Pepe se sirvió un Squirt con tequila y empezó a comer mientras seguía viendo la repetición del juego del América- Santos por la televisión...
*
El hijo del juez estaba echado sobre un colchón en el piso, en un cuarto obscuro y húmedo, amarrado de pies y manos. Escuchando una la radio a lo lejos con la música de Margarita, la diosa de la cumbia. Sabía que en el otro cuarto había por lo menos dos mujeres que no paraban de discutir, pero no les entendía lo que decían.
Estaba herido de una pierna, lo habían vendado y dejado de sangrar. Tal vez era solo un rozón, pero le dolía. La verdad todo el cuerpo lo tenía adolorido.
Pensaba que su padre pronto lo sacaría de allí. Estos hijos de puta no sabían con quién se habían metido.
En eso estaba equivocado, sus captores estaban enterados de quien era, de los contactos de su padre, y de la fortuna de la familia.
Los secuestradores habían pedido tres millones, pero la verdadera razón era una venganza personal.
Él no sabía que tenía las horas contadas…
*
-Goooool -gritó Pepe…
-Pinche América, la otra jugada era penal y el arbitro no la quiso ver. Y ahora en lugar de un empate, ganan dos cero…no es justo… -dijo Camote viendo la repetición.
-La vida no es justa- dijo Pepe.
El chico volteó a verlo con coraje.
-Eso lo tengo muy claro…
-Perdón no quería molestarte.
-¿Por qué le vas a ese equipo tan chafa?- dijo Camote con ganas de molestarlo.
-¿Y tú a quién le vas?
-¿A quién crees?… pos al Puebla guey… los camoteros… ¿No se le hace agua la boca?
-No seas llevado.
-Perdón – se disculpó el chico, y luego la computadora hizo un sonidito electrónico.
-¡Ya está! -dijo Camote.
-¿Seguro?
-¡Absolutamente!. Si quiere entramos a Banamex y nos chingamos una lanita.
-Ahora no… –contestó Garabato sonriendo.
-Tiene más de treinta rebotes y muchas trampas, incluyendo un par de virus alrededor de su conexión. Imposible de que le lleguen…
-Gracias…
-¿Ahora me puedo comer la torta?
- Y allí tienes unos refrescos…
El Camote comía como si no hubiese comido en una semana, mientras observaba a Pepe trabajando en la computadora.
-Ya veo que no es tan pendejo- le dijo Camote.
-Viniendo de ti, lo voy a tomar como un cumplido –dijo sonriendo y siguió trabajando…
*
En la casa de Juez sonó el teléfono.
-¿Bueno? –contestó el juez.
-Escuche bien lo que le voy a decir. Usted llama a las autoridades y su hijo se muere. Tiene veinticuatro horas para juntar tres millones de dólares… y mañana a esta hora espera noticias de nosotros en el cibercafé “El Domo” en la Condesa… ¿Escuchó?
-Quiero hablar con mi hijo…
-Si lo quiere vivo haga lo que le ordenamos. –y colgaron.
La llamada fue grabada por el servicio de inteligencia del ejército, pero no pudieron localizar su origen. El general García pidió que le mandaran la grabación sin editar al buzón de Garabato.
Lo que no sabía el general, es que Garabato ya se había metido en las computadoras y el teléfono de la casa del juez, y en ese preciso momento veía y escuchaba todo lo que ocurría en la habitación.
*
El Camote cambió de canal y encontró al Ruso Brailovsky discutiendo con André Marín en el programa de “La última palabra” de Fox deportes.
-¿Ganó el América o no? -decía Brailovsky
-¡Fantástico! ¡Inmejorable! ¡Viva Nacho! Cambian de uniforme, de bancas y los ayuda el arbitraje…
Todo es perfecto… ¿No?
-¡Escucha! -dijo el Camote burlón- le están hablando mal de tu equipo…
-Ya cambia esa porquería -contestó Pepe…
-Si el fútbol no es tan difícil… Ruso… Son once contra once y el arquero mete las manos… -siguió burlándose Marín.
-La vida de ese cabrón tampoco debe de ser tan difícil, solo tiene que hablar del América y por eso cobra… hijo de …
Camote lo vio enojado y cambió de canal encontrando un programa del Chavo del Ocho, al poco rato se reía como un niño chiquito de las ocurrencias de Kiko y la Chilindrina… Pepe volteó a ver al chico, y pensó que después de todo Camote era solo un niño como muchos que se habían vuelto duros solo para sobrevivir.
Entró un mensaje al correo de la computadora…
Era un mensaje de Rolo, había encontrado la primera pista…
*
Mientras el juez llamaba a sus amigos banqueros para que le facilitaran los tres millones de dólares; el general García coordinaba con sus hombres la vigilancia del cibercafé, los accesos y salidas de toda el área. La Condesa era una zona complicada por la cantidad de restaurantes, bares y cafés, y además había tráfico durante todo el día. Doce horas antes de la cita, todo estaba listo para seguir a los secuestradores y darles caza.
El Juez le pidió al general no hacer ninguna detención o provocar ningún enfrentamiento antes de haber recuperado a su hijo.
Todos los involucrados sabían que era una operación de alto riesgo y eran observados por el mismísimo Presidente, y eso tenía a todos nerviosos.
*
Garabato pasó el tiempo investigando, lejos de los militares y sin comunicación con el juez. Había varias cosas que no cuadraban en su cabeza: Primero porque realizar un secuestro en el estadio, un lugar tan complicado por la seguridad. Lo podían haber realizado en cualquier otro lugar con mucho menos peligro.
Lo segundo que era incomprensible era como los secuestradores daban la dirección del sitio del cibercafé un día antes del encuentro.
Eso sin dudas era una trampa. Lo que no entendía, era como el general no parecía haberse dado cuenta.
La Ciudad de México desde hacía tiempo había convertido el secuestro en un negocio millonario para el crimen organizado. Las autoridades solo resolvían el tres por ciento de los casos, eso significaba un noventa y siete por ciento de posibilidades de éxito para los delincuentes, cualquier imbécil apostaría con esos dígitos. Además desaparecer un secuestrado entre veinte millones de habitantes era un juego de niños. Una verdadera mina de oro.
Garabato sabía que estaban activas por lo menos setenta casas de seguridad, muchas de ellas con rehenes confirmados. En las últimas doce horas se habían encontrado diecinueve cuerpos en calles y carreteras alrededor de la ciudad, ninguno de los cadáveres respondía a las características y edad del hijo del juez.
Algo más le molestaba a Garabato. Los delincuentes sabían que si no querían problemas, había que seguir una regla básica: no matar policías , ni miembros del ejército. Y esa misma regla aplicaba para políticos importantes y sus familias.
El hijo de un juez presidente de la suprema corte, no era una movida inteligente y menos si le ocurría algo al muchacho, porque se desatarían represalias brutales, redadas y mano dura. Todos sabían que eso era perjudicial para los negocios.
Había otra posibilidad… que el juez hubiese tomado alguna decisión que haya afectado a alguien, y fuese una venganza personal… y eso significaba que en cuanto recibieran el dinero, la vida del muchacho no valía nada.
Garabato regresó a la computadora y comenzó a revisar las últimas decisiones de la suprema corte, y en cuales había sido decisivo el voto del Juez Navarro Hurtado.
*
Rolo le avisaron que había gente rara en el “Molino Rojo” y fue a verlos personalmente. Llegó a la barra y ordenó un tequila doble en un vaso de coñac, mientras veía cómo trabajaba su gente.
Uno de sus muchachos lo vio y se acercó a la barra.
-Buenas noches patrón –dijo el flaco.
-¿Cómo vas flaco?
-Mal patrón todo muy lento…
-¿Lento? Yo veo mucho movimiento y en cantinero no para de servir tragos…
-Si pero la gente no está consumiendo nada de producto…
-Ve al baño y entérate que pasa…
El flaco salió rumbo al baño, mientras Rolo observaba las mesas, vio dos de ellas con botellas caras, y rodeados de viejas. La primera eran jefes de la judicial federal, los conocía bien, cuatro cabrones de cuidado. En la otra mesa habían tres chavos un poco mayores que él, y cuando se acercó la mesera se movieron los hombres de las mesas de alrededor. Sus hombres de seguridad. No los conocía.
Se volteó para hablar con el cantinero.
-Paco. ¿Quiénes son esos cabrones…?
-No sé pero chupan caro, y las muchachas van por la cuarta botella de champaña…
Se acercó la mesera, dejó la bandeja en la barra y le pidió al cantinero:
-Paco… quieren otra etiqueta azul y servicio con una cubeta de hielos…
-Vienen cargados de billete esos locos… -afirmó Rolo.
-Cargados de billete, de coca y de pistolas, no te vayas a acercar…-le advirtió la mesera guiñándole el ojo.
-¿Los conoces? -preguntó Rolo.
-No, es la primera ves que vienen, y tienen acento raro.
-¿De la provincia?
-No, esos no son mexicanos…
Rolo llamó al flaco y le dio órdenes de no mover producto, y de seguir a esos hombres, sin que se dieran cuenta. No le gustaba la idea de que vengan de otros lados con su propia coca a divertirse en sus territorios…
Le pidió al cantinero enviar una botella del mejor brandy a los federales, y después de saludarles de lejos salió del antro, tenía que ir a un par de lugares antes de regresar al bunker.
*
Eran altas horas de la madrugada y en la casa de Juez Navarro Hurtado había mucho movimiento. Minutos antes había entrado dos hombres con cuatro bolsas de cuero con los tres millones de dólares solicitados.
El juez abrió una de las maletas y revisó en contenido.
-¿Está todo el dinero?
-Si señor Juez, en billetes de cien sin marcar, como los pidió.
-Dale las gracias a Alexander, dile que le hablo luego.
-¿No necesita protección de nuestra seguridad señor?
-No gracias, como se dará cuenta, ya hay mucha gente y no quiero correr más riesgos…
-Como Usted diga señor juez. Buenas noches.
-Buenas noches Beto, otra vez gracias.
Los dos hombres salieron ahora sin las bolsas de la casa.
-No puede pagar sin que le den una prueba de que su hijo está vivo -dijo el general -Y permita que uno de mis hombres lleve el dinero.
-No quiero correr ningún riesgo…
-Perdón señor juez, pero se esta poniendo en riesgo, si le pasa a Usted algo…
-La vida de mi hijo está en peligro, yo asumo las responsabilidad…
-Espero que tenga razón…
-Voy a descansar que mañana será un día largo…- el juez subió las escaleras rumbo a su habitación.
Los secuestradores que vigilaban la casa del juez desde lejos sabían que el dinero había llegado, que el ejército y la inteligencia del Estado estaban trabajando para resolver el caso. Tenían todo previsto, ahora solo les quedaba esperar y hacer que cometieran el primer error.
Eso también lo tenían planeado.
*
Garabato imprimió unos documentos, cuando estaba cansado prefería leer los datos en papel y hacer anotaciones.
El juez Navarro Hurtado había participado en varios casos importantes en los últimos seis meses. Pero dos de los casos llamaron su atención: el primero el de la extradición a Los Estados Unidos de dos narcotraficantes colombianos. Y el segundo el haber autorizado directamente de un par de operaciones de federales y el ejército, que habían terminado con la captura de varios hombres importantes del cártel de Sinaloa.
El juez había tenido la habilidad de ganarse enemigos de alto calibre en los últimos meses, por menos de eso le habían volado la cabeza a varios políticos.
Garabato comenzaba a preocuparse.
*
Dos horas antes del encuentro en el cibercafé, el juez Navarro ya estaba listo y en la puerta de su casa. Sudaba como si estuviese en Acapulco y se sentía muy incómodo con el chaleco antibalas que le habían obligado a ponerse.
Subió a su camioneta Lexus LX negra y se dirigió a la Condesa.
Una hora treinta y cinco minutos después estaba sentado en el café con las bolsas a sus pies y tratando de calmarse un poco.
Pidió una Coca Cola con hielos y observó a los que en ese momento estaban en el cibercafé. Muchos jóvenes concentrados en sus pantallas, un grupito de niñas fresas, una parejita que se miraban sin decir palabra. De pronto llegó el organillero y giró la manivela haciendo sonar una melodía vieja y desentonada, mientras su compañero pasaba por las mesas pidiendo dinero.
Dos horas después, no había llegado nadie. No había hablado nadie.
Pidió su coche al valet parking y regresó a su casa con miedo de encontrarse con una mala noticia.
*
Garabato se había encontrado dentro del Palacio de Bellas Artes con Arnulfo Franco, un viejo periodista de nota roja que colaboraba con la Prensa, el Reforma y el Alarma con tres diferentes seudónimos. Puso un sobre con cinco mil pesos en un periódico y se lo dio mientras caminaban observando los murales de Tamayo en la galería. Observaron que estaban solos y platicaron un largo rato, hasta que llegaron un grupo de turistas. Pepe obtuvo la información que necesitaba sobre su cliente, estaba seguro que el juez Navarro tenía un punto débil y ya lo había encontrado.
El viejo salió primero rumbo al metro y minutos después Garabato salía rumbo a la cantina “La Ópera” a dos cuadras del Palacio de Bellas Artes.
El capitán de meseros de la cantina lo saludó amablemente y lo llevó a una mesa apartada, y le sirvió un tequila con sangrita y le trajo unos tacos de guisado. Al poco rato llegó Rolo y se dirigió a la mesa. El capitán le llevó una cuba de anejo y un chicharrón en salsa verde con tortillas de maíz. Siempre pedían lo mismo.
Se pusieron al corriente de las novedades y mientras comían.
Garabato pidió otro caballito y se paró al baño. Cuando se estaba lavando las manos entró un hombre y le puso seguro a la puerta.
-El Delfín lo manda saludar…
-Gracias-replicó Garabato mientras se secaba las manos.
-El patrón está impaciente… por lo de su asunto.
Pepe no sabía qué tan enterado estaba aquel hombre así que decidió irse con cuidado.
-Dígale que todo va según lo planeado, que me comunico pronto.
El detective caminó hacia la puerta y el hombre no se movió.
-El patrón le envía esto- le pasó un sobre con dinero, que Pepe lo puso en el interior de su saco sin mirar.
-Gracias- dijo, mientras el hombre se hacía a un lado.
Garabato se sentó a la mesa, y el hombre del baño pasó a su lado y salió de la cantina.
-¿Todo bien? -preguntó Rolo
-Nada como una buena meada -contestó el detective, mientras pedía de poste un dulce de membrillo con queso.
Terminaron de comer y salieron rumbo al bunker.
Mientras Rolo manejaba y daba un par de vueltas antes de dirigirse a su destino, Pepe leía las noticias del América en el “Esto”, la sección deportiva del Reforma y el “AS”, todos reproducían una declaración de Reynoso el entrenador del Veracruz que decía que si el quisiera ser entrenador del América sólo tendría que marcarle a Emilito, el dueño del equipo. El ambiente de tensión rondaba todos los juegos del club de Coapa, con la guillotina lista para cortar cabezas de jugadores, técnico o ejecutivos.
El siguiente juego era el viernes en Veracruz, Pepe pensó que si no estuviera ocupado, le hubiese gustado viajar al puerto a ver el partido y disfrutar del carnaval.
Luego vio una bandera con el escudo Vaticano colgada en un poste del Eje Central y se quedó helado. Se le había olvidado por completo que el Papa llegaba el viernes por la noche a México, ese era el momento perfecto para cometer cualquier delito. Todas las fuerzas del Estado iban a estar atentas a la seguridad del príncipe de la iglesia e iban a descuidar la ciudad.
Garabato sintió agruras.
-Vamos al Bunker… ¡Rápido! -le ordenó a Rolo que aceleró el automóvil pasándose una luz roja.
*
Los siguientes días el silencio de los secuestradores provocó preocupación.
El juez no había recibido ninguna llamada de los secuestradores y comenzaba a temer lo peor. Por medio de abogados amigos suyos, intentó averiguar alguna información sobre el paradero de su hijo, en la cárcel del Altiplano.
Nadie quería hablar y eso era una mala señal.
El general García había detenido a media docena de sospechosos; pero había tenido que dejar a un lado la investigación, porque el jueves por la noche le llegó un mensaje urgente del oficial a cargo de la CIA en la ciudad de México, que afirmaba tener una información corroborada por dos fuentes, de que había movimientos inusuales en el Paso y Ciudad Juárez, y le advertían ponerse en máxima alerta durante la visita papal a esa ciudad.
El general decidió trabajar desde sus oficinas y dejó dos oficiales a cargo en la casa del juez, con la orden de que le avisaran cualquier novedad.
El viernes por la noche el América empató con el Veracruz: uno a uno.
Mientras en la ciudad de México estaba paralizada con la llegada del santo padre al hangar presidencial del aeropuerto Benito Juárez.
En esos momentos los noticieros repetían la imagen del presidente y la primera dama esperando al pie de la escalera del avión papal, mientras el mariachi tocaba el cielito lindo, y miles de mexicanos saludaban desde la tribuna con pañuelos amarillos la llegada del papa.
En la casa del Juez Navarro-Hurtado sonó el teléfono.
Eran los secuestradores:
-Tiene treinta minutos para llegar a la entrada norte de Plaza Antara y espere allí... si alguien lo sigue, matamos a su hijo. -y colgaron la comunicación.
El juez salió de su casa con las bolsas de dinero en la cajuela, sin decirle a nadie.
Del otro lado de la ciudad Garabato, Rolo y el Camote habían escuchado la conversación. Pepe agarró su arma y jaló una chamarra.
-Trata de colgarte de su celular y avísanos si alguien se comunica con el juez- le dijo al Camote antes de salir.
Rolo y Pepe bajaron las escaleras corriendo en dirección al coche. Los dos sabían que del centro de la ciudad hasta Plaza Antara en Polanco, no iban a llegar en media hora, y menos con los cortes de vialidad por la visita del papa.
Pepe manejaba, mientras Rolo trataba de localizar alguno de sus contactos en la zona. Tenía suerte de que algunos de los comerciantes amigos de su madre vivían ahora en la Nueva Polanco.
Garabato manejaba a toda velocidad mientras pensaba en todas las cosas que estaban fuera de su control: no sabía a ciencia cierta el motivo del secuestro, los involucrados en esta historia eran peces grandes… y lo peor que le podía ocurrir era que algún idiota hubiera iniciado todo eso sin medir las consecuencias…
El detective mientras apretaba el acelerador, no tenía ni idea en el infierno que se iba a meter en los siguientes días…
-Parece que a la llegada del Papa se soltaron los demonios- dijo Rolo mientras revisaba su arma.
-Dios quiera que no- contestó Garabato…
(Continuará…)
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